Acervo conyugal

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Sobre la fecunda sociedad artística entre Gena Rowlands y John Cassavetes

27 de abril de 2025

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Con frecuencia el cine promueve vínculos sentimentales entre sus hacedores. Suelen servir, apenas, para alimentar la industria editorial del exhibicionismo. Sin embargo, hay uniones que resultan artísticamente trascendentes. Tres, al menos, comparten la dignidad de involucrarse seriamente en la crítica y la transformación del cine. Roberto Rossellini e Ingrid Bergman participaron de la irrupción neorrealista italiana. Recibieron, tardíamente, la reivindicación de una vertiente aun más radical: “La nouvelle vogue”, en la que el matrimonio de Jean Luc Godard y Anna Karina, fue emblemático y productivo. El movimiento francés, por su parte, fue una de las inspiraciones del “New American Cinema Group”, cuyos abanderados principales fueron John Cassavetes y su esposa Gena Rowlands.

La denuncia de un cine agotado en la versión “rosa” del mundo, fue la piedra de toque con la que Cassavetes convocó a la unión de los independientes. El punto 1 de la declaración de esta sociedad de cineastas prescribía que los directores no iban a permitir que las películas fueran condicionadas por las productoras, los auspiciantes o la censura. Valiente actitud, en tiempos del vergonzoso comité de actividades antinorteamericanas. El ejemplo salvó de la medianía a un joven director amigo: Martin Scorsese, nada menos. Décadas después, también recibirá el reconocimiento de maestros como Jim Jarmusch y Woody Allen, a quien Gena le ofrecerá su memorable protagónico de “La otra mujer” (1988). La sociedad Rowlands - Cassavetes, además de formar una duradera familia, realizó grandes cosas en el cine. Desde 1959, John incursiona en la dirección de filmes incorporando temáticas eludidas. Su formidable debut es con “Shadow” (sombras), fina elipse sobre el racismo. En 1963 la incorpora a Gena, en un filme sobre la discapacidad y el abandono. Es en “Faces” (rostros) de 1968 donde la pareja, desde una producción condenada al bajo presupuesto, le da al mundo una verdadera lección de cine. Aquí Cassavetes traza otro retrato de la institución matrimonial, descarnado, complejo e infrecuente para los EEUU.

En “Así habla el amor” (1971) (“Minnie & Moscowitz”) enseña una variante distinta de la comedia filmada, mostrando el contrapunto de los personajes con inusual madurez. El compañero de Gena es el carismático y leal Seymour Cassel. La más impresionante producción personal de la actriz, sin duda alguna, es el difícil personaje de “Una mujer bajo la influencia” (1974), que bien puede contarse entre los mayores protagónicos del cine. Le mereció a ella seis nominaciones como mejor actriz en distintos festivales del mundo. Tuvo para ello un complemento ideal en Peter Falk (“Columbo” en la TV).

Esta centralidad de la perspectiva femenina -otro tópico diferencial de Cassavetes- va a repetirse en una saga narrativamente más convencional que el matrimonio produce en el año 1980. Se trata de “Gloria”, historia de una mujer vinculada a la mafia, que, a partir de una contingencia inesperada, y contra su voluntad, deberá hacerse cargo de un niño amenazado de muerte. Drama intenso y bellamente filmado, apunta con delicadeza la sordidez del paisaje físico y humano. Tanta es su originalidad, que para no tildar de plagio a “El profesional” (León) de Luc Besson (1994), hay que recurrir a la palabra tributo. Ver “Gloria” es disfrutar lo básico del cine, tratado con calidad e inteligencia

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