
Alturas de la verdad
Consideraciones sobre la imputación de relativismo a la obra de C. G. Jung
26 de mayo de 2025
El libro de Erich Fromm “Psicoanálisis y religión”, recorre un itinerario temático en el que no puede quedar de lado un autor controversial: Carlos Gustavo Jung. “…Sabemos que la psicología de la religión es una posibilidad difícil de explorar por cuanto su propio objeto solo puede darse en el hombre de fe…” (Max Scheler) resulta curioso comprobar que se le imputa al pensamiento de Jung un relativismo intrínseco. Se refiere el autor a la premisa Junguiana de las “verdades psíquicas”, concepto utilizado para apoyar la idea de que todo su enfoque no es otra cosa que fenomenología, dicho esto en el sentido de observaciones que parten exclusivamente de la experiencia con pacientes. Así el caso, tan recurrido en dos textos de Jung, de la humillación intelectual de quienes deben reconocer que han creado con su psique una afección física inexistente, y que aun concientizada esta tendencia a la formación artificial de síntomas, la misma sigue disparando consecuencias similares -al menos en el orden anímico- a las que provocaría uno de origen real. No es sencillo desmentir a Jung respecto de la estatura de una ilusión en cuanto a lo que se podría denominar su funcionamiento o eficacia. Pero la calificación de relativista formulada por Fromm parece tener un rango más filosófico que clínico. Se dirige hacia el campo que más dividió a Freud y Jung: La religión. El maestro de Viena, en una elipse analítica que lo acredita como heredero de la Ilustración ve en las simbolizaciones religiosas una producción ilusoria de tipo compensador. Se trataría de hacer más soportables los terrores de la vida recreando y sublimando el don paterno de la protección. Sin embargo, esta impronta racionalista está lejos de agotar el talle del profundo revelador que fue Jung. Porque desde esa misma vocación de iluminar y desmitificar, Freud y el psicoanálisis le dan un fuerte vuelco a toda la tradición racionalista con la incorporación categorial de lo inconciente. Nadie lo dice mejor que el propio Fromm, de quien transcribo el siguiente pasaje: “Demostró (Freud) que la razónes la facultad mas valiosa y mas específicamente humana que posee el hombre, pero que sin embargo esta sometida al influjo deformante de las pasiones, y que solamente la comprensión de las pasiones del hombre pueden liberar a su razón para que funcione adecuadamente” Tal prevención es oportuna para no sumergir a las divergencias con Jung en una simplificación de oposiciones (racionalismo-irracionalismo) o “a favor” o “en contra” de la religión como lo advierte Fromm antes de desarrollar su posición al respecto. De lo que no dudo es de que, para la ortodoxia psicoanalítica, los conceptos de verdad y mentira son radicales. Si bien la disciplina acepta que no todos los mecanismos de tipo compensatorio se basan en ficciones, no está en absoluto dispuesta a entender que resulte saludable el sostenimiento de lo ilusorio cualquiera sea el beneficio que parezca reportarle a quien lo padece. Hay en ello una ética de la verdad y un optimismo de cuño racionalista respecto de su naturaleza: La verdad existe, excluye a lo otro de la verdad cuando es encontrada, reduciéndolo a falsedad y es la razón humana la que puede reconocer y alcanzar esa distinción. Como corresponde a su gen, el psicoanálisis se inscribe –aunque de manera incómoda- dentro una visión históricamente progresista. Veo en cambio el caso de Jung: Notoriamente, su pensamiento abreva en dos fuentes que complementan y enriquecen la formación racionalista de la medicina clásica. Ellas son: El esoterismo y la tradición filosófica oriental. La línea matriz del pensamiento esotérico, entendido como una confianza de la autorrevelación, incluye a la intelección en el conocimiento, pero no la considera autónoma ni suficiente. Para el racionalismo -y no podría ser de otra manera- las teo-logías, o las teorías sobre la existencia de Dios solo son posibles como consecuencia de una limitación. Su génesis sería negativa, ya que su base es una obstrucción al libre pensar. En la vertiente del esoterismo se sostendrá algo diferente. Afirmará que las diversas formas de la representación de lo divino no son necesariamente errores o fantasías. Se trata de vehículos, medios, formas. El propio lenguaje no escapa de esta suerte mediadora. En última instancia no deja de hacer lugar a lo arbitrario en el pasaje histórico que elevó a razón aquello que era el “logos” cuando solo se lo entendía como designación de la cosa. Conviene apuntar esta inclusión si tenemos en cuenta que lo que llamamos razón y verdad son categorías que corresponden a determinadas producciones y situaciones de lenguaje. No hay verdad sin expresión de la verdad. La convalidación de estos vehículos en su rango de herramientas es transparente por ejemplo en el hinduismo, que recurre a una variedad de deidades simbólicamente funcionales a las que no otorga gran importancia tomadas por sí mismas. El carácter instrumental de esta iconografía es casi explícito. Aquí el racionalismo clásico, al menos en la primera mirada, solo vería una multiplicación de delusiones en vez de un recurso para la comprensión que incluye el reconocimiento del carácter relativo de los medios utilizados. Por esta misma razón el esoterismo insiste desde antiguo en los peligros que supone la devoción del icono en tanto que olvido de su condición de vínculo (es exactamente la misma cuestión que dio origen al periodo iconoclástico bizantino, o que todavía impone límites representativos en el judaísmo o el cristianismo ortodoxo). La radicalización de la verdad, cuando cruza de la filosofía a la teología, da paso al dogma religioso con su secuela natural que son el divisionismo y el fanatismo. Es natural que para una visión racionalista la premisa Junguiana adolezca “prima facie” de relativismo. Pero no le resulta tan fácil entender que se trata de un relativismo formal, un relativismo de lo relativo. A tal grado hay una sola verdad –también para la tradición oculta- que ninguna de sus manifestaciones merece ser confundida con aquello que la originó. Esta visión difiere en lo esencial de las livianas consideraciones con que se la trata desde el escepticismo. El auténtico relativismo sería el siguiente: Nada es “la” verdad, por lo tanto, lo mismo da que se crea esto o aquello. Jung se encuentra exactamente en la vereda opuesta. Claro que si no se computa en el análisis de su pensamiento a las influencias citadas es inevitable que se lo rotule de esa manera, privando a la obra del médico suizo de esa dirección ética subyacente en el desarrollo y ejercicio de la psicología profunda