
Atardecer de una pasión
La tumultuosa historia de Liz Taylor y Richard Burton
14 de abril de 2025
Pese a las carísimas joyas que recibió de su parte, lo más valioso que Liz Taylor atesoró de Richard Burton, fue la última carta. Fue también el único documento que no dio a publicidad. Con fundamento, o con imaginación, se dijo que, en aquella esquela, Burton le confesaba a Liz: “Quiero volver a casa”. Vivía el actor en Suiza, junto a su tercera esposa, Sally, cuando murió repentinamente en 1984. Fueron tres las jornadas de aquel romance nacido en 1962, durante la accidentada filmación de “Cleopatra”. Se rodaba en Londres, pero una afección respiratoria de la actriz -que llegó a la traqueotomía-obligó a trasladarla al clima benigno de Roma para poder continuar.
La ciudad eterna fue testigo del estallido amoroso, primer gran escándalo del cine, ya que ambos estaban casados y no se ocuparon en ocultar nada. Tanto, que Liz llegó a declarar que “si te excitas jugando al scrabble, eso es amor”. No lo vio así el Vaticano, que produjo una perla semántica calificándolos de “vagabundos eróticos”, fórmula que el presente ubicaría más cerca del reconocimiento que de la diatriba. Se casan en 1964, y la relación, tormentosa y expuesta, sufre un primer divorcio en 1973. Pero en Botswana, en 1975, vuelven a casarse confirmando la intensidad del vínculo. El intento naufraga rápidamente y se separan otra vez en 1976.Diez años después, la mítica pareja encuentra una excusa profesional para volver a explorarse: Un contrato, promovido por Liz, para que Richard la acompañe en el teatro interpretando “Vidas Privadas” de Noel Coward.
Esta aproximación entre ambos es quizá la más interesante y rubrica el acierto del retrato trazado por Richard Laxton, “Burton & Taylor”, con producción de la BBC y disponible en Netflix. El trabajo muestra la tensa ambigüedad del último reencuentro, finalmente fallido, concentrando la historia con una significativa elipse de despedida. Burton desovilla, una vez en New York, las razones por las cuales aceptó la propuesta. La dirección del film captura esa fuerza de lo pendiente, con que el actor galés vuelve a mirarse en el espejo de su irrevocable compañera. Descubre que ya no se atreve a seguir. Y el arte, una vez más, arma con ellos una velada transmigración. Si “Cleopatra” los hundió en el estigma del amor trágico, y “Quien le teme a Virginia Woolf” (1966) reflejó la turbulencia de las pasiones enfermadas por la adicción que ellos conocieron bien, la comedia de Coward les hace advertir que ya nadie los estaba viendo como actores.
Los espectadores iban en masa a Brodway para espiarlos. Esto es sensiblemente interpretado por Dominic West, quien remonta con garra la ausencia en su rostro de algunas notas perturbadoras de Burton, y especialmente por Elena Bonham Carter que consigue desplegar una Liz Taylor tensada entre veleidades o caprichos absurdos y una profunda humanidad, valiente, generosa, que la dispone para aceptar que el imprudente Antonio que la cautivara en el set romano, ya necesita retirarse y descansar. Con sostenido brillo, el desenlace propuesto por Laxton acentúa una doble imposibilidad: no podían ya continuar ni podían quedarse sin un cierre, sin una digna ceremonia. Quizá amaron con desmesura por lo excelentes que fueron representando. Nos llenaron de vida dentro y fuera de la pantalla. “Burton & Taylor” ilumina el delicado ocaso de una leyenda superior a cualquier ficción.