Marlon Brando y Jean Simmons en "Desiree"

Bonaparte y los Napoleones (I)

Una novia en Marsella

15 de abril de 2025

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Hay tres mujeres centrales en la vida de Napoleón. Y las tres tuvieron algún reflejo en el cine. La primera en el tiempo quizá no haya sido la más recordada, pero es la más novelesca, tiene un capital literario propio. Su elipse nace accidentada, con una promesa y un abandono de parte del futuro emperador, pero culmina en forma soñada, con su coronación como reina consorte de Suecia y Noruega, condición que sobrevivirá al ocaso de su furtivo pretendiente. Se trata de Desirée Clary, la joven que Napoleón conoce en Marsella en 1794, cuando ya portaba el prestigio militar de haber desalojado a los ingleses en Toulon y todavía lo llamaban “Napoleone Buonaparte”.

El director Henry Koster, afecto a llevar temas históricos al cine, aprecia las potencias de esta historia. Filma en 1954 su película “Desirée” y me entrega de paso al mejor Napoleón de cuantos vi pantalla: Marlon Brando. Sí, desde la primera escena tengo en ese joven militar un remolino interno de romanticismo y ambición que le modelan el gesto. Se mueve con torpeza, pero no es un necio. Su andar rudo es el fruto de una convicción inconmovible, él está siempre en el futuro. Con igual vértigo se enamora de Desirée, le jura amor eterno y le propone matrimonio a minutos de conocerla. Marlon Brando encarna con excelencia esa especie de locura bajo control que distingue a Bonaparte, a la vez que enrarece sus relaciones. Su perfil desconcierta o asusta a quienes lo tratan.

Jean Simmons es quien le da vida a Desirée Clary. Tiende un retrato del personaje que crece desde la almibarada novia de Napoleón a la madurez de la mujer requerida por las cuestiones de estado durante su estancia en Suecia. El juvenil romance en Marsella coincide con la ejecución de Maximilien de Robespierre, primer impulsor de Bonaparte. Napoleón es arrestado mientras está eligiendo ropa para la boda. Arrogante, el hermano de Desirée dice que allí termina la carrera del corso y trata de disuadir una vez más a su hermana para que se aleje de él. La sentencia suena jocosa, pero Brando y Koster han sabido dibujar un hombre cercano a la caricatura en lo tocante a determinación y fe en sí mismo. Probablemente nadie lo hubiera tomado entonces muy en serio ni hubiera vislumbrado su futuro. Esta película en la que comparte protagonismo con su primer amor, rescata la inicial opacidad de aquel genio militar gracias a un artista tan excepcional en lo suyo como el personaje que interpreta.

Napoleón comienza a desgarrarse de Desirée a partir de sus ambiciones. Salvado acaso de la guillotina por sus dotes militares, se reencuentra con la novia. Ella quiere retenerlo en Marsella para que se encargue de una tienda. Napoleón se indigna, nota que Desirée comparte el general escepticismo respecto al destino que imagina para sí. Se va a París a negociar su reincorporación al ejército. En otra bella secuencia bajo la lluvia, le promete a Desirée que regresará para casarse: es sincero con ella, porque todavía cree que puede unir sus pasos políticos y sentimentales. Lo que todavía no sabe es que la ambición, en su vida, será más gravitante que el amor.

París lo espera para sumarlo a una conjura política. Paul Barras lo recluta. Napoleón frecuenta salones, conoce gente y se hace conocer. Desirée va quedando atrás y sufre. Le faltan noticias de su Napoleón y le sobran comentarios maliciosos, incluso de su hermana, ya casada con José, el mayor de los hermanos Bonaparte. Ilusionada e inexperta, ignora que esto es lo mejor que puede pasarle. No tendrá que caer, como otros, atada a la estrella del “Jinete de la Historia”.

En este punto, la novia abandonada va tomando la centralidad. La película de Koster propone la intromisión de una furiosa Desirée en la mansión de Madame de Tallien, Paris, donde Napoleón y Josefina de Baeuharnais están anunciando su matrimonio. Escándalo, champagne arrojado a la cara de Josefina por una despechada y desconocida joven marsellesa. Llorando, Desirée Clary se retira del salón, pero otro general la persigue, la consuela y la sube a su galera. Es Jean Baptiste de Bernadotte, uno de los futuros mariscales del mismísimo Bonaparte imperial. De manera insólita, en 1798 heredará por adopción el trono de Suecia y Noruega. Para entonces Desirée ya será su esposa y la madre de su hijo. La suerte, que abandona brutalmente a Napoleón tras los famosos años del Consulado y el Imperio, elige quedarse con ella para siempre.

Ocasiones sociales y el vínculo familiar con José Bonaparte, facilitan en el tiempo ambiguos y frecuentes reencuentros entre Napoleón y Desirée. Se renuevan las pretensiones de él y los reproches de ella, pero nunca llegan a la enemistad. El ápice de esta historia es el momento en que Bernadotte solicita al Emperador permiso para renunciar a la ciudadanía francesa y marchar a Suecia junto con Desirée para ceñirse la corona que le ofrecen. Marlon Brando compone aquí una tensión perfecta entre la indignación con el subordinado que desea abandonarlo y el orgullo frente a su antiguo amor. Debe permitirle a Bernadotte que se vaya para no exhibir un autoritarismo pueril motivado por los celos. Pero no se priva de preguntarle a Desirée si ella también desea cambiar de patria de esa manera que él juzga repudiable. La firmeza de la respuesta tiene el condimento de la revancha.

Llega la película al momento más oscuro de Bonaparte, en el que Marlon Brando y Jean Simmons me emocionan. Transcurre el nefasto 1815. Derrotado en Waterloo por una alianza que integra el propio Bernadotte, el emperador ha regresado a París. Taciturno y solitario, mira el horizonte desde los jardines de Malmaison. Desirée, que se encontraba en la capital francesa, va a entrevistarlo como soberana de Suecia y emisaria de los vencedores. Pero no la empuja únicamente el deber. Trata de persuadir a Bonaparte para que no derrame más sangre. Sigue habiendo entre ellos un espacio confidencial, ella puede decirle lo que otros callan y hasta puede animar la generosidad del genio en desgracia. Él le agradece que vuelva a llamarlo “Napoleone”. Lo reconforta ese espasmo calidez en uno de sus días más adversos.

Final de antología para esta película de Henry Koster: los caprichos de la política y la guerra plantan el reflejo tardío de un amor que nunca murió del todo. Él gran hombre cede ante Desirée: evita una última batalla y acepta su helado destierro en la isla de Santa Helena. Pero antes le confiesa haberla amado sinceramente. Quiere que ella lo sepa. Incluso se pregunta en vano si todo hubiera sido distinto a su lado. Le habla con el tono distendido de quien transita el minuto final de su gloria y lo sabe. Las imágenes sugieren que Napoleón ya ha decidido la entrega pacífica de Paris. Como una forma de resarcirse, la elige a Desirée para comunicarlo. Ella lleva tiempo convencida -como tantos- de que Europa debe detener la aventura de su antiguo pretendiente, pero en pleno cumplimiento de esta formalidad, necesita esforzarse para contener el deseo de abrazarlo. Él no quiere ser compadecido y la conmina a retirarse rápidamente de Malmaison. Un capítulo se cierra.Napoleón y Desiréesaben que ya no volverán a encontrarse. La vida, interesante y voraz, acaba de avisarles que le han devorado su mejor parte.

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