
Challengers, la vida y el tenis
El poder del tenis dentro y fuera de una película
18 de mayo de 2025
Hace muchos años, en la oficina, reconocí a un tenista por su forma de expresarse. Nos preguntaba el gerente cómo íbamos con las respuestas a los correos electrónicos que nos enviaban los clientes y allí donde yo hubiera dicho “me faltan dos mails”, mi compañero contestó: “estoy dos mails abajo” El tenis impactaba ya sobre su lenguaje. Tengo vistas muchas más películas que partidos de tenis, y aunque ambas cosas me gustan no es sencillo reunirlas en una conjunción inspirada. Omito las sagas heroicas o biográficas que suelen aburrir por lo previsibles. Pero ayer me encuentro con “Challengers”, una película de 2024 dirigida por el interesante Luca Guadagnino, que ofrece una saludable excepción. Es una historia inteligente en la que el tenis cruza la vida como si fuera la red: va y viene, hipnótico y dominante. Art (Mike Faist) y Patrick (Josh O´Connor) son dos jóvenes tenistas, compañeros y amigos desde la infancia. Juegan dobles, viajan juntos, comparten el cuarto de hotel. Recorren una etapa pre profesional, jugando a nivel universitario. Durante el torneo de New Rochelle ambos se deslumbran como deportistas y como hombres: la conocen a Tashi (Zendaya), una jugadora que promete llegar más lejos que ellos. La admiración potencia su atractivo.Raqueta en mano, Tashi es despiadada, pero fuera de la cancha es sensual y divertida. Art y Patrick coquetean una noche con ella y a partir de ese encuentro triangular, ella modula, por ausencia o por presencia, la antigua relación entre los tenistas ya no tan amigos. Cuando una grave lesión en la rodilla le impide a Tashi proseguir su carrera, sus relaciones sentimentales con estos chicos se empiezan a transformar en una tentativa de proyectar sobre ellos el futuro tenístico malogrado. Apunta a ser su manager y entrenadora. Fracasa con Patrick, la primera y breve relación, pero lo consigue con Art, con quien llega a convivir y tener una hija en común. Pero aquella obsesión deportiva gobierna esas relaciones. Para Patrick marca el límite. Rebelde y con mayor talento, no admite ser tutelado profesionalmente y eso sella el fin del romance. Para Art, se vuelve una prolongada carga porque a cambio de retener a Tashi, se deja domesticar y padece su desdén cuando no obtiene los resultados que ella espera. En ambos casos, el tenis se mete sin pausa en la cama de los amantes. Si bien la película sabe exponer relaciones complejas pretextando al tenis, es el poder expansivo del propio juego el que se roba mi atención alentandome a escapar un poco de esta historia. En aquel primer encuentro de a tres, Tashi les revela a sus amigos una clave: “el mejor momento del tenis es justamente cuando los contendientes desaparecen”. Efectivamente, esa dinámica de ida y vuelta, si se sostiene, pone a los jugadores al servicio de algo superior a ellos mismos. Se asemeja al momento zen del arquero, cuando son el arco y la flecha los que deciden el disparo porque la conciencia desiste el control en favor del arte. Si alguna de las pequeñas pelotas amarillas viaja diagonalmente de una raqueta a la otra con los jugadores aprovechando la fuerza y la velocidad que reciben, los movimientos adquieren una suerte de frenética armonía. Es muy fácil verificarlo en partidos de buen nivel. El juego alcanza su mejor rostro cuando no importa de quien sea el punto. Hasta es probable que, al cabo de varios pases por encima de la red, el ganador sienta, en medio del alivio físico y la mezquina alegría de sumar, que acaba de interrumpirse un momento involuntariamente solidario, donde en medio de la competencia se ha construido una estética. Por eso no es raro ver que buenos practicantes alquilen una cancha de tenis tan solo para intercambiar golpes sin contabilizar quien los gana o los pierde. El detalle revelador es que guardan una o dos pelotas en los bolsillos de sus pantalones para reiniciar inmediatamente el juego cuando alguna queda en la red o no regresa desde el otro lado. Lo que están persiguiendo estos señores no es un resultado, sino un ritmo. Tal vez un mérito oculto de “Challengers” sea esta fluidez para remitir a la naturaleza ultima del tenis. La paradoja es que la película -al menos para mí- tiende a ser trascendida por lo que supo atrapar, tributando a esa magia capaz de hacer del juego una danza. Borges escribió que imaginaba al paraíso bajo la especie de una biblioteca. Su amigo Bioy Casares, que fue campeón juvenil de tenis en Buenos Aires, tenía otra visión: “Si existe el paraíso, tiene que haber polvo de ladrillo”.