
Construyendo a Jean Harlow
Búsqueda incierta de una estrella tempranamente malograda
15 de abril de 2025
De pronto, quiero saber quién era Jean Harlow. Saber qué hizo o en qué películas estuvo. Leo que fue una Marilyn antes de la Monroe. Que fue su inspiradora. Que fue la primera gran platinada del cine. Leo su tragedia: Vivió solo 26 años, 9 de ellos en la pantalla. Me gusta esta imposibilidad de conocerla porque deviene posibilidad de construirla. Es un fantasma, un aluvión de certezas frágiles. Se escribieron montañas de páginas sobre su caso, se hicieron muchas conjeturas. Gloria, adicción y muerte es lo único que consta. Muerte joven, por insuficiencia renal o no.
Que fue mal cuidada, que hubo negligencia, que siempre tuvo magra salud, que el alcohol y el entorno acabaron por destruirla. Se ha borrado toda huella, Jean Harlow es ahora ese abanico de sombras que vengo a engrosar. Me pregunto si ella no es la metáfora misma del cine, si su estela desnuda la enfermedad de la cinefilia, del apego a lo improbable. Pero quiero verla actuar y posar, espiar en sus películas, creer que voy testimoniando su vida. Acoplado a este error del cine añoro aquel instante de Hollywood que no conocí. Repaso mil veces la foto de Clark Gable y Carole Lombard cuando ingresan a su velatorio en Los Ángeles. ¿No estuve allí?
Todo esto ha ocurrido y su terrible encanto es no discernir si gravita en el presente. Si la respuesta es “no” -la más probable- ganaría una rara entidad, se tornaría maravilloso por vano, alcanzaría la dignidad de lo que vale “per se”. No sería sociología, lingüística, historiografía o periodismo, sería irreductible. Esos escritos, esas fotos y sobre todo esas cintas pueden ser agitadas. Es una posibilidad durmiendo en un pen drive en un día cualquiera. El cine es el más potente de los documentos y quizá por ello el menos confiable. Es vida envasada aguardando que alguien la abra y la pruebe. Es presencia morbosa. ¿Qué clase de tiempo es?
Tal vez deseo que este abordaje voluntariamente vago, vaya revelándome el sentido que no vislumbro. No puedo ni sabría hacer una pesquisa sobre el caso de Jean Harlow. Su refracción policial, sentimental, médica. Solo quiero erigir -creo- un sueño retroactivo para creerlo a medias. La locura completa me reclamaría el valor que no tengo. Las películas, en cambio, traen un tranquilizador pasaje de regreso. Historias y personas se apagan, finalizan, se van. Pero reviven perpetuamente. Solo hace falta un “enter” y ese mundo simula otra vez su ser. La blonda actriz y su mito, sin quererlo, hablan de mí, de alguna dificultad para entender lo provisorio. ¿No me estará ofreciendo el cine lo que la vida no tiene? RED DUST (1932)
Comienzo la búsqueda de Jean Harlow. Voy directamente a “Red Dust “(Polvo Rojo, aunque también se la llamó Tierra de Pasiones). Es una película de 1932 que devoro por la mañana. Leo que aquí está realmente ella, que quizá sea su cima o su presentación emblemática, una vez más junto a Clark Gable. Selva de Indochina, explotación del caucho. Tormentas, barcos de madera, bueyes y deseos. La Harlow en ascenso: los créditos ya la anteponen a la laureada Mary Astor. Tiene un protagonismo azaroso, nada explica su exótico paradero oriental. Gable está felinamente cerca. Es un capataz. Da órdenes, hace tajos en los árboles, analiza el sangrado lechoso de los troncos. Les grita a los nativos, transpira bajo su sombrero safari. Se encuentra con la Harlow en uno de esos cuartos techados con hojas de palmera. Bella y disponible, armoniosa y contrastante. Jean Harlow es la venus enclavada en ese infierno, porque así lo quiso el guion. Su cabellera es un artificio inconmovible de platino. La selva alborota a las almas, pero no descuida el producto. Solo cierto sarcasmo la emparenta con esta geografía desbordante. La película no intenta ser sutil: Gable la atrae y ella le gusta. Pero llega al lugar la recatada Mary Astor con su estrecho mentón y un marido fácil de relegar. Bienvenido el conflicto.
La selva tropical es un lugar difícil pero sensual, parecen decir los gestos de quienes ya estaban y los que llegan. La película va sembrando un apetito. Mary Astor interpreta a una mujer casada no inmune a la transgresión que compite con esta Jean Harlow -más desamparada que libre- por la atención del ensanchado Clark Gable. Entre contrariada y curiosa, Mary Astor lo acompaña a Gable en una recorrida por la plantación. Cae otra lluvia excesiva y repentina. Ambos se mojan mucho y muy pronto, la ropa les transparenta los cuerpos. Con sexismo despreocupado, el texto dispone que él la alce en brazos y la conduzca hasta la cabaña para guarecerla. Parece que Mary Astor no puede correr sin que quede claro el motivo, pero es una arbitrariedad acorde al apremio narrativo de la película. Jean Harlow, brotada de celos, espía este rapto disfrazado de auxilio. Su boca se vuelve agria, la cámara la muestra padeciendo esa postergación erótica. Corte al interior de la cabaña. Gable besa inevitablemente a la Astor y la Astor lo besa con algo más que un consentimiento. Confusión y culpa. Intimidad y aguacero largo. Esta Indochina inventaba Hollywood hacia 1932, un remolino que todo lo mueve. La fábrica de sueños tenía entonces una dentadura interesante. “Red Dust “lleva en su sangre los inquietos genes de “Foolish Wives” (Esposas Frívolas, 1922, Erich Von Stroheim) y tributa a las parábolas de Marlene Dietrich en aquellas sensuales películas de Josef Von Sternberg.
Finalmente, el lejano trópico bajará la temperatura. Mary Astor retomará su llano curso conyugal y Jean Harlow se quedará con este Clark Gable sonriente y silvestre, modelado para ella. A él siempre le han sentado bien las selvas y las rubias, como aquella Grace Kelly de “Mogambo” (1952, de John Ford) saludable remake de esta aventura pasional. “Red Dust “ es una película netamente sexual. Sirve en bandeja a este Gable sin bigotes, embarrado y de cierto porte latino. Bebe wishky, mata un tigre y seduce sin esmero. De postre, las batas estampadas de Jean Harlow regalando sus pálidas bondades. Ella patea a un intruso en su cama para que el cuadro incluya dos piernas completas y descubiertas. En otra escena, Gable espía mientras la Harlow se desviste. Una subjetiva ofrece la torneada espalda entre los espaciados juncos de una cortina. Para entonces Saigón significa diferencia, pero no derrota. Es todavía remoto, con nativos y colonos. Sus casas, apenas superiores a chozas, hierven de aventura. Adentro está la pasión, afuera las tormentas y el hambriento tigre. Son los tiempos de Raoul Walsh y King Vidor. Se filma en lugares nuevos implantados de fantasía. Se pinta un mundo lo suficientemente distinto como para habilitar trazos de descontrol. El sexo, como un perro encadenado, corre para detenerse en un punto.
“Red Dust “es una historia en la que importan poco las razones que movieron a los protagonistas. Falta información y es otro acierto de Víctor Fleming, un director de cine bien atento al mercado. Importa que se miran, se desean y llegan a tocarse. “Red Dust” es tan elemental como inteligente. Provoca con poco y aprovecha con maestría las reglas formales de su tiempo. La película es anterior al Código Hays de 1933 y hasta es probable que haya sido una de las que promovieron la intromisión censora. Sería otro galardón para Jean Harlow, que aquí parece estar cerca de ella misma. Funciona a pleno porque pertenece a esa atmosfera. Hay algo suyo en la atrevida jungla o en ese Clark Gable que la despierta con invariable fluidez. Creo haber estado cerca de su impronta, la veré ahora en Saratoga (1937) que fue su último trabajo.
SARATOGA (1937)
Saratoga, en mi niñez, era una marca de cigarrillos con una etiqueta roja y verde que resultaba difícil de obtener. Me gustó siempre esa palabra cuyo significado ignoré por años. La estela de Jean Harlow me la trajo como título cinematográfico. Es un hipódromo en las afueras de Nueva York. Realizada por Jack Conway en 1937, es una película que no me ayuda. Jean Harlow aparece señorial, con tapados y pretensiones. Hereda de su padre precozmente muerto una finca donde se crían caballos de carrera. El abuelo (Lionel Barrymore), caricaturizado, representa el pasado laborioso y pionero. La nieta solo se interesa por las apuestas, desdeña la crianza. La contraparte de la Harlow es otra vez su querido Clark Gable. Aquí es un timador romántico, con ciertos códigos de honor. Una fantasía con traje y corbata. Lo veo urbano, bigotudo y pulcro. Un poco burlón.
Tengo buenas tomas de Saratoga como elegante predio deportivo y a un pintoresco grupo de apostadores que se traslada en tren de Nueva York a Miami para sostener el vicio. Los porfiados viajes incluyen canciones alusivas a la hípica. Estos ludópatas son graciosos y forman una suerte de cofradía. “Saratoga “ es una comedia afanosamente replegada sobre un mundo específico. La viabilidad del amor pende aquí de la suerte en las apuestas. Gable quiere a Jean, pero rivaliza con un altivo, aunque caballeresco Walter Pidgeon, que tiene más espaldas para el juego. El único malo de la película es un jockey que empuja a un colega haciéndolo caer del caballo en plena carrera. Buen final, golosamente demorado por la foto en el disco de llegada. Desde luego, Clark Gable gana y se queda con esta Jean Harlow de pasiones retenidas. La arrebata también de mi escrito, porque descuento en esto la explotación comercial de la dupla. A diferencia de lo que sucede en “Red Dust”, aquí se me escapa la huella de mi heroína. Jean Harlow murió justamente durante la filmación de esta película, lo cual es un dato que escurre más su visibilidad, que resultó esquiva en lo que a ella respecta. Jean Harlow no está totalmente allí.
HARLOW (1965) / THE CARPETBAGGERS (1963)
Busco el amarre huyendo hacia adelante. Avanzo cuarenta años. Veo “Harlow”. Así se llama la película de 1965 dirigida por Gordon Douglas, un director que desconocía. Quiero atraparla a Jean en la mediación testimonial. Ver su historia, su vida. ¿Y ella? Douglas me propone a la tersa Carroll Baker ocupando su lugar. Sí, es la rubia inolvidable de “Baby Doll ” (Elia Kazan, 1956). Buena actriz y bailarina. Actúa los comienzos azarosos de Jean Harlow. Es descubierta por un hábil representante de artistas mientras robaba un plato de comida en el set de su primer casting. En casa, unos padres indolentes y voraces alientan el éxito de Jean -con menos escrúpulos que ella- para vivir cómodamente. El infalible Raf Vallone interpreta al padrastro, un diletante de pretendido linaje saboyano. La madre es la fenomenal Angela Lansbury encarnando a una esposa pusilánime que disimula las fuertes oscuridades de su marido. El trayecto de Jean de acuerdo a esta película reconoce una bisagra trágica. Es su segundo matrimonio a los 19 años, con un productor sexualmente impotente que se suicida pocos días después de una noche de bodas tan frustrante como violenta. (Paul Bern, hallado muerto en su casa en 1932).
Aquí Douglas desarrolla la curva de ascenso artístico jalonada por un peligroso relajamiento personal. Dolor y desengaño la llevan al cinismo y la frivolidad. Jean consume hombres y botellas en cantidades importantes. Se encamina al final con paso firme. Así lo cuenta este biopic. La actriz que eligió para interpretar a Harlow me informa algo a través de un faltante. De ascendencia polaca, Carroll Baker tiene en el gesto una seguridad y hasta cierto envanecimiento por la propia belleza, que a Jean Harlow le están faltando siempre. Ella murió tristemente en 1937, a los 26 años, mientras Baker vive aún con sus dignos 89 a cuestas. Comparo los rostros. La Jean Harlow de mi nota, incluso fantasmal y lejana, se confiesa en algunas fotos que le tomaron. Cuando ríe, la boca se le ensancha hasta el extremo de sus ojos, que parecen esconderse un poco. Como si no dominara, como si estuviera más expuesta en la imagen y en la vida. Porque la sonrisa que emerge en su rostro es tan generosa como vulnerable. Ya está Marilyn en Jean.
Otro dato de este biopic tentativo me sirve: La carrera de Jean Harlow se dispara de la mano de Howard Hughes. Busco un poco más. Existe la película The Carpetbaggers (Los insaciables) de 1963. El director es Edward Dmytriyk, (de quien venero “La Montaña Siniestra” de 1956). En este trabajo filma la historia del millonario y aventurado Hughes a partir de una novela escrita por Harold Robbins. Aquí debe estar Jean, me digo. Decepción. Es una buena película basada en una versión demasiado libre. George Peppard hace un Hughes enfermizo y despiadado. De nuevo está Carroll Baker interpretando a la actriz, pero siento que no está Jean Harlow, o está muy desdibujada. Nada coincide, aunque aparezca una rubia promovida en el cine por el magnate de la aviación. Algo me queda: salir en busca de “The Aviator “ (2003) del infatigable y admirado Marty Scorsese para dar con Hughes y sus aventuras en el cine. Allá voy.
THE AVIATOR (2003)/ HELL´S ANGELS (1930)
Ópera de la tecnología. Scorsese en The Aviator transmite ese momento a la vez romántico y voraz que reúne al cine con la aviación. Doble matriz del asombro y el espectáculo. Scorsese no se ocupa mucho de mi Jean Harlow, cuyo papel le encarga a la idónea Gwen Stefani. Apenas la muestra agradeciendo “la oportunidad al señor Hughes” (Leo Di Caprio) cuando llegan juntos al estreno de “Hell´s Angels” (Ángeles del infierno, 1930) en la luminosa Broadway de siempre. Alfombras rojas, glamour y disciplina publicitaria. Scorsese la abandona en este punto para seguir por la senda de Hughes. Parece poco, pero hay algo. Porque los caprichos del magnate cambiaron la vida de Jean. Hughes decidió producir y dirigir la icónica “Hell´s Angels”, una película que se le parece: imprevisible, faraónica, agotadora. La filmación comenzó en 1927, insumió una cifra que cuadriplicaba a la más costosa hasta allí conocida. Contrató a 70 pilotos de los cuales murieron 3 durante el rodaje. Cuando estaba terminada, tras tres años de trabajo, Hughes fue al cine y conoció la revolución del sonoro. Su película -como la mayoría entonces- era muda. Resolvió comenzar nuevamente desde cero.
Aquí entra Jean Harlow. La protagonista femenina original era la actriz noruega Greta Nissen, quien delataba una mala dicción en la nueva versión sonorizada. La puerta se abre entonces para Jean y también la pregunta. ¿El infortunio y la buena suerte tienden a equilibrarse? El final de Jean resulta impensable visto desde este venturoso lanzamiento. “¡Hell’s Angels!” Todavía resultan inexplicables algunas escenas en el aire logradas en 1930. El hundimiento del Zeppelin alemán y su caída totalmente en llamas está entre lo más impresionante que he visto en pantalla. Jean Harlow no es central en esta película, pero equilibra un poco la presencia de innumerables militares, galpones, pistas de aterrizaje y aviones de doble ala con un solo motor.
En esta ficción, los hermanos Roy y Monte Rutledge (James Hall y Ben Lyon) son dos contrastantes pilotos reclutados por la fuerza aérea británica para pelear contra la Alemania guillermina. Roy es Héctor y Monte es Paris. Jean, naturalmente, enamora y enfrenta a ambos en vísperas de la primera guerra mundial. Practica una infidelidad militante y se declara independiente ante quien lo soporte (el libertino Monte). Al conservador Roy, en cambio, le ofrece un perfil de novia formal. Viste blusas muy sueltas de lanzado corte y le basta un baile para saltar de un hermano al otro. Como si fuera una formula, ofrece un trago al caballero que la visita y pide tiempo para “ponerse cómoda”. Reaparece con una bata negra cuyo escote culmina cerca del vientre gritando la ausencia del sostén. Bebe con mayor decisión que los soldados y alega en una confesión involuntariamente profética que se divierte porque “la vida es corta”. Pero Howard Hughes no la hace jugar aquí como la femme fatale clásica del policial. Hay un soterrado sexismo moral ya que la liberalidad femenina que exhibe la Harlow, aparece más como una conducta indigna de la épica reinante que como una referencia progresiva. Por ello su personaje decae en la segunda parte, que privilegia las escenas de guerra y cierra trágicamente la historia de estos hermanos prendados de una Harlow atractiva, jocosa, pero esencialmente reprobable. No encuentro aquí ese límite para ver si ella se apropia de su suerte o si solo flota entre senderos no elegidos.
PLATINUM BLONDE (1931)
¿Y si sigo un poco la cronología? Pruebo. Hell´s Angels apalanca a Jean. Es 1930, ella salta a la fama y al año siguiente participa en cinco películas. Una de ellas la dirige Frank Capra y tiene un título que se convierte en marca: Platinum Blonde (rubia platino) de 1931. Allí es la envarada Ann Schuyler, hija de una familia muy rica que atrapa con sus encantos a un periodista mordaz protagonizado por Robert Williams. Por ello la película también llevó por título “La Jaula de Oro”. Es interesante el lugar de Jean. Viene a representar una suerte de falsedad final, una belleza infecunda. Intenta convertir a su esposo al modo de vida de su familia y fracasa. Capra dirige con eficacia y esta comedia exhibe algunas proezas de cámara (los salones y las escaleras enfocadas por picados con paneo y seguimientos en mano). El montaje es inmejorable. El poder económico y sensual de la rubia (Harlow) pierde ante la autenticidad de una rival mucho menos equipada monetariamente: Loretta Young, que la precede a Jean en los créditos y encarna a una sencilla compañera de trabajo de Williams. Estos finales empáticos son típicos de Capra. El amor vence al dinero y un público donde no abundan los ricos sale satisfecho de la sala. Harlow hace aquí su trabajo, pero parece abrir más señales hacia ella misma cuando ocupa el curso social inverso de la seducción femenina. Es más creíble tratando de obtener fortunas que ostentándolas. De todos modos, esta comedia bien resuelta abona su carrera.
THE SECRET SIX (1931)
También en 1931, Jean se suma a la película The Secret Six, dirigida por George W. Hill, formando parte de un elenco amplio. Se trata de un digno precedente del género “noir”. Sexteto de rufianes que ascienden a lo “Scarface” en plena Ley seca y cuentan con reporteros bien lubricados que los presentan ante la ciudadanía como óptimos candidatos para cargos políticos. Previsores, también siembran influencias en el sistema judicial para cuando lleguen las dificultades. Nada que no conozcamos. Aquí la Harlow aparece recién a los 27 minutos de comenzado este filme cruzado de balas y solo quedaban cinco de los hampones (habían bajado al notorio Ralph Bellamy). Jean es una atractiva empleada del hegemónico Louis Scorpio, dueño de bienes y voluntades. Me toca encontrar en este papel a Wallace Beery, famoso en la vida real por golpear, violar y hacer abortar con un engaño a Gloria Swanson, cuando ella tenía solo 17 años. Precedido por esta información, Beery logra resultarme desagradable con una facilidad física. La Harlow va y viene como contratada suya, pero esta prostitución de un solo cliente no le impide enamorarse de Hank, un periodista decidido a derribar a Scorpio. Naturalmente, Hank recibe su cuota de plomo por la espalda. Jean, que aquí se llama Anne Courtley, se redime por amor. Su mejor momento es el juicio donde declara temerariamente contra su jefe. Lo tengo de nuevo a Clark Gable, pero en un papel corredizo y prescindible. A Jean la veo con el pelo más tomado, Hill prefiere enfocarla de perfil y ella sale bien de este producto desparejo pero meritorio. Sigo buscando.
CHINA SEAS 1935
Pongo muchas esperanzas en “China Seas” (Los Mares de China) de 1935. La dirige Tay Garnett y parece enrolarse en el recurrido género de aventuras, siempre cruzado por cuitas sentimentales. La expectativa que tengo es ver algo emparentable a “Bird of Paradise” (1932) King de Vidor, con aquella Dolores del Rio que nadaba al natural en las aguas polinesias, o “Sadie Thompson” (1928) de Raoul Walsh, con una incisiva Gloria Swanson que se devoraba a su hombre en la turbulenta isla de Pago Pago. Sí, los mares de oriente son un entorno promisorio para el cine, sobre todo en los años 30. “China Seas” desarrolla su historia desde Hong Kong hasta Singapur. Gran comienzo con vistas del incansable puerto y rumores de piratería. El Capitán del barco, Alan Gaskell, que transporta oro camuflado, es el repetido Clark Gable que aquí bebe y gruñe, sin dejar de ser generoso y noble. Se le cuela en este viaje -contra su deseo- la enamorada y posesiva Jean Harlow. Pero ella enfrenta una amenaza superior a los piratas.
Inesperadamente aborda el barco Rosalind Russell, rival doblemente peligrosa. En la ficción porque encarna un viejo amor del capitán decidida a recuperarlo, y en el cartel, porque es una enorme actriz de cine (indeleble en “Luna Nueva”, 1940, de Hawks, junto a Cary Grant o en “Pic Nic”, 1956, de Joshua Logan con Kim Novak y William Holden). Por suerte para la Harlow, esta Russell convocada por Tay Garnett en 1937, es casi una debutante. Arriba del barco se vuelve más temible. Su personaje se llama Sybill Barclay, una dama inglesa culta, elegante y para mayor preocupación, recientemente viuda. El reencuentro prende fuerte. Gaskell la recuerda enternecido y también desea volver con ella. A la Harlow solo le resta hacer la travesía prodigando escenas de despecho hasta quedar atrapada en una fuerte disyuntiva. Por darle celos a Gaskell, se enreda con un pasajero involucrado en un inminente asalto al barco. Su primera reacción es leal, quiere avisarle al capitán. Pero Gaskell (Gable) no la atiende. Furiosa, la rubia platino se suma a la conspiración. El abordaje de los piratas malayos es pintoresco y delata un vestuario esmerado. Gable (Gaskell) resiste una rara tortura oriental y salva el cargamento de oro. La traición de Jean Harlow queda al descubierto.
Quizá le pedí demasiado, pero “China Seas” no me ha defraudado. Es más, creo que tengo la mejor actuación de Jean Harlow. Cautivante buscando a Gable, cínica y enfadada cuando no es elegida, dramática cuando descubre el peligro. Sabia e irónica cuando el asalto fracasa, sensible e ilusionada cuando el Capitán la perdona. Luce algunos bucles forzados en el cabello, sombreros muy claros e inclinados y un arsenal de gestos oportunos. Garnett la ha aprovechado y el duelo con Rosalind no le ha hecho mella. El agitado viaje le advierte al capitán Gaskell-Gable que un destino hogareño en la pradera inglesa no es lo suyo. El mar de la China es un infierno atractivo, libre de cualquier aburrimiento. Comprende el hombre que la bella y perseverante Jean, aunque a veces le resulte una carga, es la compañera ideal para su oficio. Se despide elegantemente de Sybill (Rosalind Russell), que entiende la situación y se aleja con calma británica. Paso seguido, le ofrece matrimonio a Jean, quien estalla de felicidad en una muy buena escena, clásica y emotiva. Linda película, segundo puesto -hasta ahora- detrás de Red Dust, con un detalle compartido: “China Seas” pretexta un tifón en altamar para que le arrojen burdas cantidades de agua a la pobre Jean y ella vuelva a revelar detalles de su figura bajo la ropa empapada. Recurso repetido, pero tratándose de Jean Harlow, invariablemente eficaz.
HOLD YOUR MAN 1933
Divertida comedia de Sam Wood. Muy buenos diálogos (el guion es de la gran Anita Loos) y consolidación de la dupla Harlow - Gable. Estoy viendo “Hold Your Man” (Sujeta a tu hombre) de 1933. Jean Harlow es Ruby y Clark Gable es Eddie. Tal para cual, Eddie intrusa el departamento de Ruby huyendo de la policía. Se dedica a engañar y robar en la calle, mientras que ella vive de los hombres que la admiran y festejan. Wood exhibe mejor a los actores en este guion de talle fuertemente textual. Jean y Clark se imitan entre sí. Ella tuerce la boca al sonreír y el camina meneando la cola. Aquí Jean es una advenediza a la que no le falta vestidor. Otra vez la bata negra de seda destacando su piel, con ostentosas mangas blancas de pelaje natural. O el sombrero coronado por un moño bien notable y un vestido de apliques laterales con cinta de raso en la cadera. Farsa de desencuentros en los que late el deseo reciproco y una grave complicación en el camino. La película de Wood tiene ritmo y Clark está más activo, entregando más tonos. Enésima trama marcada por el temor a la pobreza. Los personajes que alimentan estas historias comparten esa obsesión. Hay un fuera de campo presente: la depresión económica de los EEUU. Curiosamente, el cine de Hollywood enriquece con ellos su narrativa. Gánsteres, traficantes, buscavidas, mujeres vampiro. Propiamente los Gable y las Harlow reclutados por los grandes estudios, no están demasiado lejos de los seres que interpretan. También llegaban a Los Ángeles huyendo del hambre. Quizá de eso haya obtenido Sam Wood la frescura de los protagonistas, que ya para entonces eran buenos amigos fuera del set. Clark será uno de los que intentará salvar a Jean Harlow, absurdamente retenida en su casa por la madre cuando su cuadro requería una internación hospitalaria. No llegará a tiempo.
THE GIRL FROM MISSOURI (1934)
Cuando comentaba Platinum Blonde, dije que Jean Harlow me convencía más procurando el dinero que administrándolo. Sin saberlo estaba intuyendo una extraña película a la que encuentro preñada de connotaciones: “The Girl From Missouri” es del año 1934, la dirige Jack Conway, el mismo de Saratoga. Como película es en principio irrelevante. Jean Harlow allí es Eadie Chapman, una mesera y bailarina explotada por sus propios padres en un bar de Missouri, centro sur de los EEUU. Decide escapar con rumbo a Nueva York. La acompaña su amiga Kitty, a quien le confiesa que intentará casarse con un hombre rico. Consigue bailar en la fiesta que da un millonario. Gracias a un equívoco, Jean conoce al poderoso Thomas Paige (Lionel Barrymore), a quien trata de acercarse, pero luego se enamora de su hijo. En síntesis, el conflicto trata de la negativa del viejo a que esta “buscavidas” se convierta en su nuera. Para dejarla afuera, urde un plan difamatorio. Pero Eaedie –que a esta altura constituye un personaje demasiado sinuoso- le retribuye con una acción similar. El viejo Paige se conmueve por la garra de la muchacha y aprueba su ingreso a la familia. Comen perdices.
Esta película resulta ideal para sortear prejuicios sobre el cine de Hollywood que suelen basarse en una lectura primera y definitiva. En The Girl From Missouri hay más que lo aparente. Eadie (Harlow) aun cuando en la trama se obstina en mantener su “virtud”, sale decididamente a seducir hombres con dinero para abrochar un futuro. Aquí la honorabilidad refiere exclusivamente a la preservación de un status de la genitalidad femenina, pero no obsta la práctica del engaño y el aprovechamiento del otro. Tanto la primera reacción de su futuro suegro, rechazándola, como la segunda, adoptándola con gusto, devienen de una misma matriz. Ella ha demostrado ser tan inescrupulosa como él. Lo que fue un impedimento al comienzo se vuelve un crédito al final. Porque ambos remiten, desde distinto lugar, al mismo tipo cultural e ideológico. La Harlow se hace digna del ascenso social desplegando lo peor de sí. La aptitud exhibida le permite ingresar al club de los depredadores y el cine completa con ello una ecuación de escalofriante sordidez barnizada de simpatía.
El correlato de todo esto es la propia Jean, oriunda justamente de Missouri (Kansas City) y cuya vida se deshizo tratando de convertirse en otra. Cine y sociedad se parecen, aunque también se recelan. El sueño de la salvación económica pocas veces se concreta fuera de la pantalla, pero su naturaleza final es algo que la sociedad se cuida de divulgar desde sus voces autorizadas y autorizantes. El cine filtra estas radiografías y lo hace más allá de propósitos políticos u opciones formales. Incluso en la coronación fantástica de los deseos –ministerio excluyente de Hollywood- el cine es condenadamente un espejo. El espectador decide donde detiene la mirada cuando la pantalla lo pone en el trance de no querer “verse”.
En mi caso ¿Vi la afortunada elipse de una jovencita que coquetea con millonarios sin arriesgar el “honor”, o vi el código con el que dos fieras se reconocen en el medio de la jungla? ¿Debo celebrar que Eadie tendrá su confitada boda con el debido incremento patrimonial, o debo temer lo que ella y sus nuevos parientes harán con los que siguen en el llano? La película de Jean que menos me gustó es la que más me hizo pensar. ¿será esta otra sutileza del cine? ¿será un tiro por elevación al ejercicio presuntuoso de la crítica? Quién sabe. La Jean Harlow actriz me deja poco en The Girl From Missouri. Acentuada, cercana por momentos al grotesco, la eximo por causa de un guion que nació confuso, o al menos no muy consciente de su contrasentido.
RED HEADED WOMAN (1932)
En esta misma dirección que activa a la Harlow como femme fatale, la película “Red Headed Woman” (La Pelirroja, 1932, otra vez dirigida por Jack Conway) es superior por más resuelta. Aquí Jean Harlow es Lillian, una trepadora que no vacila en encantar sexualmente a hombres ricos para atraparlos. Incluso su primer desafío es alguien felizmente casado. Ese personaje lo interpreta un adusto Chester Morris. Es el empresario Bill Legendre, quien intenta alejar a “la colorada”, empleada suya, para no caer bajo su hechizo. Ella es directamente una acosadora. Se mete en la casa y en la oficina de Bill, le muestra un portaligas con un retrato de él. Lo asalta en la cabina telefónica de un restaurante. Hay una situación recurrente: Bill se resiste hasta que Lillian obtiene la proximidad física. Ahí ya no puede defenderse. Ella intenta separarlo de su esposa Irene (Leila Hyams) y tras varios escándalos lo consigue. Es interesante lo que refleja una querella entre ambas mujeres. Irene le grita a Harlow que lo ha conseguido a Bill ofreciéndole sexo, lo cual será transitorio, pero que será incapaz de darle amor de esposa, algo supuestamente perenne. Esta división excluyente entre el placer y el deber es tajante en la película. Jean Harlow representa aquí una suerte de excepcionalidad o condición fuera de serie. La trama la erige como físicamente irresistible sugiriendo que es capaz de obsequiar más gratificaciones que otras mujeres. La propia Hyams (Irene) es también joven y muy bella, pero no puede competir con “la colorada” en ese registro, según su propio alegato. Me pregunto viendo la película si lo que se buscaba con este arquetipo femenino era movilizar el espacio tendido entre la desaprobación y el deseo. Suscitar repudio y a la vez envidia. Activar desde el imaginario un rol entonces retenido para la mujer media bajo el pretexto de una caracterización reprobatoria. Lillian rompe hogares y corazones, pero se da a si misma las libertades naturalmente ejercidas por los hombres en materia de sexo.
El tópico de la atracción fatal es sostenido por Jack Conway en varias simetrías de la película. Jean Harlow esconde una llave en su escote para que Bill la encuentre. Se tiende servilmente en un sofá y lo convoca moviendo un dedo cuando él está enfadado. Ella tiene en el sexo un arma y la usa sistemáticamente. La película propone este modelo eficaz y relativamente agresivo. Quizá sea uno de los trabajos que mejor consolidan la venustidad icónica de Jean Harlow. Los hombres pierden a sus esposas, su prestigio o su dinero por intimar con esta diva presumiblemente roja (la película está filmada en escala de grises). En el ápice de sus conquistas, Lillian abandona a Bill para servirse de un hombre más rico que él, un ya veterano señor Gerstead (Henry Stephenson). Esta vez será descubierta traicionando a la nueva víctima con su propio chofer, un refinado Charles Boyer. El final es muy gracioso y libre de moralinas. Todo indica que se procura la admiración del personaje, de su poder seductor y especialmente de su autonomía. Una de las frases iniciales de la aventurera bermeja es este: “Es tan fácil atrapar a un hombre rico como dejarse atrapar por uno pobre.”Descuento que Red Headed Woman es un buen momento público para Jean Harlow y que el tratamiento de su caso como una erótica divinidad es desproporcionado pero rendidor. Imagino los comentarios a la salida del cine en aquellos días de 1932. ¡Que hermoso sería poder escucharlos!
THE PUBLIC ENEMY (1932) / DINNER AT EIGHT (1933) LIBELED LADY (1936)
Llega el momento de escalar. Con las películas ya comentadas, Jean Harlow cimentó su propio mito. Todas le sumaron en esa dirección. Era un cine exitoso y en ocasiones certero, bien construido. Pero solo Frank Capra destaca entre los directores mencionados como uno de los que proyectaron estilo. Quiero ver ahora como juega Jean en películas de mayor nivel artístico (The Public Enemy, El Enemigo Público 1932, de William Wellman) o en Dinner at Eight, (Cena a las Ocho, 1933) dirigida por un genio de la profesión como George Cukor. Wellman me obliga a una breve referencia personal. Su madre fue una gran especialista en el trabajo de asistencia a jóvenes delincuentes. El mayor empeño debió ponerlo en su propia casa. El joven William robaba automóviles y arrojaba proyectiles al director de la escuela. Como actor, también lo echaron de una película por pegarle a la esposa del director (Raoul Walsh). No asimilaba muy bien la noción de autoridad. Quizá por ello eligió en su madurez -ya tenía 36 años- la novela “The Public Enemy,” escrita por Kubec Glasmon. Allí parece probar fe de converso, ya que la historia tiene connotación punitiva. El que roba, acabará mal (al menos así ocurre en este filme) parece ser su sentencia implícita y no muy original. Incluso llama la atención una admonición textual grabada al comienzo de la película. Se deja allí constancia de que la historia no trata de ensalzar al personaje.
No está de más esta advertencia porque Wellman era un buen narrador (“The Ox Bow Incident” de 1942 o “Westward The Women”, 1951, entre más de 60 títulos). Con “The Public Enemy” hizo una gran película, poblada de formidables escenas, muy bien filmada y montada. Que Jean Harlow, en su primera intervención en el cine mayor no tenga un rol gravitante, me informa algo. Tal vez fuera más estrella que actriz, aunque cumple aquí. Es la compañera y amante del personaje central, Tom Powers, encarnado por el siempre áspero James Cagney. La mayor contribución de Jean es una escena íntima y confidente. Se miran entre ellos con la mirada de los otros. Sienten, en un impasse de la cabalgata delictiva, que todos se apuran a suponer que ellos no necesitan afecto. Es un dialogo inteligente y provechoso. Sumado a un énfasis en la importancia del entorno y el aprovechamiento de la insatisfacción juvenil por parte de adultos manipuladores, Wellman circunda con esto alguna referencia propia. Dos refracciones de Jean Harlow en “The Public Enemy”: Consiguió estar a la altura de una narración más seria y exigente. No pudo desplegar su personaje típico y serial.
Un día llega la gran ocasión. George Cukor la suma a Jean al elenco de “Dinner at Eight”, que cuenta con guion del recientemente reivindicado Herman Mankiewicz (“Mank” 2020, de David Fincher). Este exquisito trabajo del director húngaro puede encontrarse como comedia “scrawball”. El rotulo designa un tipo de comedia destinada a que transcurra agradablemente el tiempo del espectador frente a la pantalla, como si alguna clase de cine pudiera hacer otra cosa. Pero existe. Cukor mediante, aquí se lucen los hermanos Lionel y John Barrymore en personajes distintos pero acechados por el fantasma común de la época: la ruina económica. Esta cena a las 8 reunirá a personas que solo se juntan por intereses y por lo bajo se traicionan sentimental o financieramente. La simulación, la apariencia y el cálculo son el menú de la velada. Pero la película no se desarrolla durante la cena, sino que se agota en sus preparativos y vicisitudes previas. Jean tiene una participación discreta. Es la mujer por conveniencia de uno de los invitados más voraces. El texto deja claro que se trata de una advenediza apoyada exclusivamente en su atractivo. Desprecia a su marido fanfarrón e inescrupuloso y él le recuerda en las controversias que la rescató del “arroyo”. Extrañamente, el libro propone que la Harlow -Mrs. Packard en la ficción- use el poder extorsivo para que su esposo no desplume al personaje de Lionel Barrymore. Hay cierto romanticismo en esta presentación donde la clase socialmente más baja es moralmente más noble. Harlow repite el estereotipo de la trepadora en un guion que le permite mostrar aptitud pero que no la deja desplegarse como “estrella”. De todos modos, se anota una participación en el cine grande.
1936, Jean Harlow juega definitivamente en primera. Le llega “Libeled Lady “ (Una dama difamada). Otra vez dirigida por Jack Conway, aquí en la mejor película que le conozco. Pero lo que realza esta intervención suya es el elenco que integra. Mirna Loy y su habitual contraparte, William Powell, juntos tantas veces en la saga literaria creada por Dashiell Hammett (“The Thin Man,” El Hombre Delgado). Si fuera poco, el memorable Spencer Tracy completa el elevado cuarteto. ¡¡William Powell!! Encontrarlo aquí es otro grato momento de mi pesquisa. Evoco a Nicolás Olivari (“El Hombre de la Baraja y la Puñalada”, un texto inolvidable). Si, Powell es distinto. Su humor señorial y envolvente lo eleva antes de que diga una sola palabra. Un grande. En 1936 se encontraba a la salida de su divorcio con Carole Lombard y en pleno romance con Jean Harlow, con quien pensaba casarse. El contrapunto entre Powell y Spencer Tracy relega un poco a estas dignas compañeras. Pero Jean tiene reservado un muy buen monólogo final en una comedia de óptimo desarrollo, con engaños y seducciones varias. “Libeled Lady “ cierra esta trilogía importante. Tres películas que no la tuvieron necesariamente en el centro, pero le permitieron medir alto. Imagino en ella algo cercano a la confianza o la satisfacción como cuando Marilyn sorprendió a Lawrence Oliver o a Yves Montand. La divinidad, la estelaridad, deben haber sido soñadas durante el temblor juvenil. Más tarde, se vuelven una limitación. Seguramente Jean pudo notarlo en estas buenas experiencias.
BOMBSHELL 1933
Víctor Fleming que ingresó al cine siendo chofer de Allan Dwan, aprendió muy bien el oficio. Tanto, que llego a ser quien dirige “The Wizard of Oz” (El Mago de Oz) y uno de los tres que se alternaron para concluir “Gone is the Wind “(Lo que el Viento se Llevó). Ambas son de 1939. También “Red Dust “-ya comentada- es un producto suyo. Imagino que sus películas complacían sin duda al público, pero en primer término a los estudios. El caso de “Bombshell” (Polvorita), de 1933, explota decididamente a Jean ya como producto. Bajo el nombre de Lola Burns hace de sí misma. Los planos iniciales se encargan de confirmar su lugar de estrella. Incluso una toma muestra a personas en el cine emocionándose con sus besos a Clark Gable en “Hould Your Man”, película inmediatamente anterior. Otra secuencia la muestra yendo hacia el set para continuar la filmación de “Red Dust “(la siguiente). El llamado del estudio incluye el siguiente encargo: “que se ponga tal blusa sin el sostén”. La película se pierde en su propia bifurcación. Está hecha para explotar el suceso de Jean Harlow y por otro lado pretende humanizar a la “estrella”. Ella quiere adoptar un hijo, casarse, o irse a cabalgar al desierto. Pero vuelve a las luces apenas le avisan que otra ocupará su lugar. Me resultó difícil terminar de verla. La estrategia evidente es meter al público ya cautivado por el mito Harlow en la trastienda personal de la diva. Lo único interesante es la ambigüedad con que vive Jean la intromisión periodística y su industria de la infidencia. Se indigna por los inventos de la prensa, pero teme más su indiferencia. Un escándalo magnificado es preferible al olvido. Hollywood, que es gran un conjunto de dispositivos, funciona como una droga. Jean la padece y la necesita. Es lo que muestra “Bombshell” en la pantalla con cierto paso de confesión liviana.
Buscando a Jean Harlow apenas si encontré sus huellas, indicios de un tiempo que la tuvo en el centro de miles de miradas y que sin embargo se fue con la velocidad de un destello. Como las películas, que al cabo de dos horas se empiezan a perder en la memoria de los espectadores, Jean Harlow deja la vida con solo 26 años. En todas sus imágenes refulge ese brillo embargado de fugacidad.