
Ecos de lo que no fui
Una visita del pasado
25 de junio de 2025
Yo me cansé del amor y él se cansó de mi cansancio…
(Así habla Mandy, para explicarme que hace ya 20 años que no vive con el “barba”. Mantiene la costumbre de reírse de sus propias respuestas y solo en esos detalles me parece estar frente a la misma persona que conocí.)
¿Y cómo es cansarse del amor?
- Fácil, te pudrís del tira y afloje, los reclamos, los reproches, las reconciliaciones, llega un momento en que todo ese folclore te agota.
- ¿Un buen día te levantaste y te diste cuenta?
- No, no, llevó un tiempo. Cuando se acercaba a los 60 pirulos al “barba” le agarró un viejazo, empezó a renegar de todo y a hacerme planteos de cosas que habíamos acordado y yo creía que estaban claras. Desde el primer día le dije que mi prioridad era Candela que ya había pasado por la separación y el tema con el padre, que había formado otra familia y se ocupaba muy poco de ella. Eran muchas cosas en poco tiempo. Pero viste como era el “barba”, me dijo que nada de eso le importaba, que no iba a ser un problema, que estaba loco por mí…
- Es que realmente estaba loco por vos
- ¿Te acordás? Siii, estaba loco, ¿alguna vez te conté como me encaró? Seguro que te lo conté
- Por favor, contámelo de nuevo
- Un viernes, a la salida del trabajo, bajábamos la escalera y él iba un par de escalones adelante, ya llegábamos a la planta baja y de repente se frenó, se dió vuelta y me dijo que no podía vivir un minuto más sin mí. Imaginate, yo me empecé a reír porque nada…, hablábamos, si, como con cualquier compañero de trabajo, pero no habíamos tenido nada juntos, un café, una salida, la verdad que no sabía qué decirle, me tomó tan de sorpresa…era una locura, la gente pasaba por al lado nuestro y él se quedaba ahí esperando que le dijera algo
- ¿Y cómo siguió?
- Bueno, le dije que no era el modo ni el lugar, que fuéramos a cenar y habláramos tranquilos. Arreglamos para esa misma noche. Yo pensaba explicarle, tratando de no herirlo, que era todo muy loco, muy apresurado, pero con las horas me fui dando cuenta de que lo que hizo me había conmovido. Fuimos a un lugar que eligió el, una parrilla chiquita en el Dique. Como había puesto adelante lo que normalmente va al final, una vez que nos sentamos se largó a hablar de cualquier cosa menos de lo que nos había llevado hasta ahí. Pero sentí que lo estaba pasando bien y empecé a mirarlo de otra forma. Me gustó mucho que no tratara de venderme una imagen falsa. No era Brad Pitt, pero tenía unas ganas de vivir contagiosas, era bueno, me parecía que podía ser un buen padre para Candela, así que de repente me dije: ¿por qué no? Y arrancamos
(Cuando vengo a esta ciudad, suelo buscar cierta mesita del bar que está en el cruce de Hipólito Yirigoyen con el Diagonal Pueyrredón. Da vista a la calle y tiene un enchufe para la notebook. Sentado aquí, me propongo leer o escribir, pero en realidad vengo a espiar el tiempo, el paso del tiempo. Ver qué puedo hurgar en esta certeza de que mi vida se va transformando en una pirámide de recuerdos. Es algo que fluye mejor mirando estos tilos finales de la rambla que enfilan hacia la plaza mientras los artesanos intentan vender cositas y las personas caminan hacia la catedral o los negocios. Pero esta tarde, de golpe, ese vasto pasado se recortó en una persona: la mujer acicalada y casi anciana, que no se decidía a entrar al salón era Mandy. Ella me miró a través del vidrio sin advertirme y yo, pese a las casi cuatro décadas que pasaron, la reconocí por ciertos rasgos que recordaba bien. Me levanté rápidamente de la mesa y fui a buscarla para que entre a tomar algo conmigo. De ahí que estemos hablando, por ahora, del “barba”.)
Yo los recuerdo a ustedes siempre juntos, muy compañeros, se llevaban muy bien, me sorprende lo que me estas contando
( Le digo esto, pero no sé si me sorprendo tanto. El solía decirme que el vínculo que tenía con Mandy era “muy fuerte”. A mí esa definición me hacía pensar en cadenas o pegamentos. Era insuficiente por lo arbitraria, creo que el “barba” necesitaba creer eso, pero no se lo digo a ella.)
Si, si, éramos muy compinches, tuvimos años muy lindos, pero bueno, un día empezaron los problemas
(No necesito preguntarle qué pasó porque ella sola retoma el relato. La observo tratando de fijarla en un frágil acuerdo con mi memoria. Mandy, que según mis cálculos tiene hoy 81 años, ha perdido aquella redondez en lo pómulos que la hacía parecer más joven de lo que era, pero la vejez no le ha quitado ni un ápice de dignidad. Mantiene intactos el notable fulgor de sus ojos marrones, la candidez casi infantil de su sonrisa y sobretodo, el humor. Todavía se maquilla con denuedo y su ropa, como siempre, luce impecable y llamativa.)
- Empezó a joder conque habían pasado sus mejores años y no tenía un hijo, con que yo lo relegaba por ocuparme de Candela, en fin, esa perorata. Reconozco que a lo mejor fui egoísta, tendría que haber pensado desde el principio que él, alguna vez, iba a querer ser padre. Eso no lo vi venir
- Ustedes vivían en tu departamento de 57 y recuerdo que él tenía uno alquilado cerca de mi casa ¿Él se mudó?
- No, no, empezó a pendular, un día se enojaba, decía cosas injustas y preparaba las valijas, al otro día me pedía perdón, lloraba, decía que yo era el amor de su vida, me traía flores. Iba y venía con esos cambios, mi casa parecía un vivero…o una terminal de micros, con las valijas ahí en exposición.
(Cuando dijo esto comenzamos a reírnos, y por un segundo sentí que recobraba aquel tiempo a costa del bueno del “barba” y sus vaivenes sentimentales. Mandy tiene ganas de contarme más, y sigue)
- Sin querer, fui yo la que terminó pudriendo todo. Un día le dije que a lo mejor lo que él necesitaba era una mina, una pendeja, que se yo. Conmigo no tenés problemas le dije, una noche te quedas con ella, te la tirás y cuando te cansás te venís para acá, eso sí, búscate una que no tenga una infección. ¡Para qué le habré dicho así! no sabés como se puso, se enfureció. Nunca lo había visto tan enojado. Claro, él quería justamente todo eso que a mí ya me cansaba, la exigencia, el control, el celo. No me entendió y no pudo seguir en casa después de eso. Ahí se fueron por fin las benditas valijas, recuperé el comedor completo y el dejó de gastar en rosas. Así que fue positivo para los dos
- ¿Dejaron de verse?
- No, no, para nada. Siempre me llamaba y cada tanto pasaba por casa, todo bien. Nos contábamos cosas, íbamos al cine, a veces se quedaba a pasar la noche y a la mañana empezaba de nuevo con las declaraciones dramáticas, pero yo ya le había puesto un límite, le avisé que si dejaba un solo calzoncillo en casa se lo quemaba. Así estuvimos cuatro o cinco años hasta que se juntó con una polaca que era tarotista
- ¿Qué te pasó con eso, como lo tomaste?
- Bien, en serio, ya a esa altura yo lo quería de una manera menos egoísta, si era bueno para él, mejor, le dije que mi casa estaba abierta para él y para ella, pero nunca me la quiso presentar.
- Ah, pero él siguió viéndote
- Sí, pero ya estaba un poco paranoico, éramos bastante grandes los dos, esto habrá sido hace 10 años más o menos. Venía a casa a la tarde, se sentaba, me miraba fijo abriendo bien los ojos y me decía que ella lo quería matar, que le estaba poniendo raticida en la sopa porque sentía dolores intestinales, pero era él que quería seguir comiendo y chupando como cuando tenía 40. Le gustaban las achuras ¿te acordás? se mataba en cantinas de cuarta y después se la agarraba con ella
- ¿Alucinaba?
- Siiii, si todos decían que era una buena mujer, lo del tarot era un curro para sacar unos mangos, no era una bruja ni nada por el estilo. Era él que ya andaba mal, pobre. Te cuento la mejor de todas. Un día me dijo que la había estado espiando cuando preparaba la comida y vio como descoyuntaba un pollo con mucho cuidado, como si estuviera aprendiendo una técnica. “Es buena con el cuchillo la hija de puta, quiere tirarme en trozos a un container y quedarse con la pensión, ya compró las bolsas de consorcio”. Esa vez se enojó porque no pude aguantar la risa. Le ofrecí ir a la comisaría a hacer la denuncia porque sabía que se iba a negar. “No tengo pruebas, Mandy, no tengo pruebas”, me decía. Eran todos delirios, después andaba con ella de la mano por el centro, hacían viajes de jubilados a todas partes, iban a bailar, pero él inventaba cosas.
- A lo mejor le gustaba sentirse cuidado por vos
- Puede ser
(La tarde me estaba proponiendo algo extraño. El pasado, que en elegante lejanía alimentaba una nostalgia dulce, se volvía inmediato y profano. Mi pretenciosa perspectiva se cerraba apenas al otro lado de la mesa en el rostro y en la voz de una persona que era y a la vez no era aquella que yo había conocido. Las casualidades se negaban a servirle a la expansión literaria y querían orientarse hacia la interpelación personal)
- Mandy, contame ¿Qué haces sola acá en Mar del Plata?
- No estoy sola, vine con una amiga -otra vieja desocupada como yo- pero a ella le encanta el casino y yo no quiero acompañarla porque no se jugar, pero igual juego, entonces pierdo. Prefiero perder la plata acá en los locales de Rivadavia o de Belgrano, por lo menos me llevo algo. Adoro el ambiente de la ruleta, el paño con los números, los colores de las fichas, me gusta todo, pero me enloquezco y salgo seca. Me pasa lo mismo con los lugares y las personas, primero me fascino y después caigo de un hondazo.
(Amplia, la alusión remontó vuelo en torno a las luminarias del bar dejando caer una primera gota de incomodidad. Mandy aprovechó el paréntesis para tomar otro sorbo de su encrespado capuccino y yo, tal vez intuyendo lo que iba a venir, pedí un Cinzano rojo con la soda aparte)
- ¿Seguís viniendo al departamento de Bolívar, el que era de tu mamá?
- Siii, claro, vos lo conocés ¿Te acordás? Una vez vinimos los cuatro
(Apenas Mandy dijo “los cuatro” el giro se volvió irreversible. Se abrió la puerta para salir del “barba”, pretexto que habíamos acordado tácitamente para no hablar de otros asuntos y otras personas)
- Si, por supuesto ¿Cómo no me voy a acordar? Fueron unos días hermosos. Recuerdo eso y muchas otras cosas, lo que pasa es que todavía me da un poco de vergüenza todo aquello y como terminó. Vos me abriste tu casa y yo fui a llevarte un drama, lo lamento de veras
- No tiene sentido que te mortifiques después de tantos años, ya está, ya fue. Además, vos la conociste a Candela porque eras amigo del “barba” y empezaste a venir a casa. No te voy a negar que a mí me gustó la idea porque el novio anterior de Cande era un poco chiquilín. Recuerdo cuando ustedes empezaron a salir, hacían una pareja hermosa, pero yo no tuve un plan ni vos nos usaste para llegar hasta ella, las cosas se dieron así…
- El estaba contento ¿no?
- Ufff, estaba más feliz que ustedes, él te admiraba, no sabés como hablaba de vos, a ustedes les gustaba tanto la política, eran unos peronchos insufribles y que yo sepa vos eras el único al que le prestaba el auto, ¡no lo podía creer, nosotros andábamos con el 128 mío para que ustedes salieran en el Peugeot!
(Lo que Mandy se prohibió decir, y por eso tomó otra vez el jarrito ya sin café, es que yo prometía ser para el “barba” algo así como el hijo que no tuvo. Estaba pendiente de mí, no me dejaba pagar nada, me hacía confidencias. Lo conocí primero por el futbol y después empezamos a participar en la campaña por la Gobernación. Él tenía 17 años más que yo, ya andaba por los 42, pero ambos éramos viudas de los 70. Yo lo hacía reír, le decía que nos habíamos convertido en “peronistas de Alfonsín”, y por eso nos aferrábamos a Cafiero. Queríamos una gloria social abonada por la virtud republicana. Amábamos esa cuadratura del círculo, íbamos a correr a los matones con debates y escrutinios. Nos parecíamos al personaje del “Poema Conjetural” de Borges, que yo recitaba de memoria sin haber entendido entonces su proyección lapidaria y perpetua. Pero en aquel momento me parecía que todo brillaba: la sonrisa de Candela, la complicidad liberal de Mandy, el resuelto azul del 505 prestado, los discursos de Cafiero, y hasta la zurda de Diego. Todo andaba bien, todo me salía bien. No sé si estuve enamorado, pero Candela fue un veloz vehículo para la embriaguez conmigo mismo. Me volví arrogante -o descubrí que lo había sido siempre- y la arrogancia no tardó en pasarme la cuenta. En aquella primavera de 1987, cuando al son de Lito Nebbia el peronismo recuperaba la provincia, yo no tenía nada que celebrar, mi suerte se había dado vuelta. Escrutando ahora el silencio de Mandy, noto que me cuesta acercarme a la gran omisión de esta charla)
- ¿El “barba” sigue siempre tan peronista?
- Siiii, no sabés, terrible, ahora se puso místico, se hizo un altar en la casa con Evita y Perón, le prende velas rojas y se pone a llorar. La polaca, para calmarlo un poco, le aseguró que Perón va a reencarnar pronto, como el Buda, pero esta vez en un cantante de cumbia…
(De nuevo las buenas risas, tal vez las ultimas de este encuentro perturbador. Siento que ahora me toca hablar a mí, ella ya hizo lo que pudo para que esto sea agradable, sigue siendo aquella persona generosa y obsesiva. Recuerdo que, en su casa, cuando levantábamos un vaso de cerveza de la bonita mesa de vidrio, Mandy pegaba un saltito y pasaba un trapo para que no se vea la aureola húmeda, después se sentaba y nos pedía disculpas, pero era adorable)
- Yo los decepcioné a ustedes, Mandy, decime la verdad
- No, no es tan así y si querés que te diga la verdad, te la digo. Yo no era una ortiva que pretendía que te casaras con Cande, y aunque no estuve de acuerdo con la decisión que tomaron, tampoco hice una cuestión moral porque no era lo que importaba, pero sentí que no la cuidaste al principio ni la cuidaste después.
- Ella me dijo que necesitaba estar sola
- Eso lo hacemos todas las mujeres, sobretodo en un mal momento, y también puede haber sido una prueba. Vos actuaste como si todo estuviera escrito, pero en realidad eras vos el que escribía. Sentenciaste que Cande te había dejado definitivamente y estabas cómodo así, como la victima del caso, lo cual no era justo. No te vi luchar por ella, no quisiste exponerte, pero no te lo digo mal porque vos eras eso, te replegabas, te resguardabas, dabas lo que podías y nadie en este mundo da más de lo que puede
- Pero Mandy, Candela no tardó demasiado en volver con Pablo
- Eso no importa, además, solo estuvieron juntos pocos años. Lo que trato de decirte es justamente lo que vos me estas contestando, ponés las excusas en lo que hacen los demás o en lo que vos crees que hacen o piensan. No te diste ni a vos mismo otra oportunidad, no importa si ella te rechazaba, pero no apareciste más, no llamaste más, y al fin de cuentas Cande para algún lado tenía que agarrar, no te iba a esperar a vos que nos evitabas todo el tiempo. Lo mismo hiciste con el “barba”, clausuraste a Candela, pero también nos clausuraste a nosotros, dejaste de vernos, dejaste de ir a jugar al futbol con él, y eso no tenía nada que ver. Pero no quiero que te pongas mal por cosas que pasaron hace tanto tiempo. A mí me alegra mucho verte, sé que sos un buen tipo, y solo te digo como fueron las cosas porque vos me lo pediste, se ve que hoy te levantaste curioso
Me quedo pensando que la escritura es el ápice de la curiosidad. Cuando escribo sobre algo que ocurrió, se cuelan palabras imprevistas que alteran los significados en juego. Aparecen revelaciones demoradas. Sí, la curiosidad es un buen motor de la escritura, y este encuentro, más allá de sus matices punzantes, me deja como regalo esta conclusión. Mandy, yo, Candela, el “barba” … ¿venimos al mundo para separarnos, para alejarnos tarde o temprano entre nosotros, entre los que alguna vez nos quisimos? Esta vieja amiga siempre me pareció una de esas personas hechas para hacer del amor un culto, pero hoy recibo un reflejo suyo diferente. Me gustó encontrarla como también me gusta que ahora nos volvamos a alejar, porque todo quedó dicho. Le ofrezco llevarla y se niega. Es verdad, su departamento está muy cerca de aquí. Nos despedimos con un abrazo y vuelvo a mi mesa para otro vermouth. Ahora la veo caminar y alejarse como si se internara y disolviera nuevamente en las aguas de la memoria. Recupero la calma, esa bruma de tiempo sin contornos que a mí me gusta contemplar para narrar, hoy se sublevó y me tuvo de rehén.