
La apasionada lupa de Carlo Lizzani
Reproducción cinematografica del fusilamiento de Galeazzo Ciano, yerno de Mussolini
16 de abril de 2025
Atado a su silla, como Aldo Fabrizzi en “Roma Ciudad Abierta”, pero de espaldas al pelotón de fusilamiento, Galeazzo Ciano, con rara dignidad, gira la cabeza hacia atrás. No termina de creer que ese es su último gesto. Aguarda el perdón final de su suegro, Benito Mussolini. Pero para entonces, el “Duce” es la marioneta de una virtual ocupación alemana del norte de Italia. Su “República Social” no es soberana siquiera para decidir la custodia de Galeazzo, y la farsa judicial que consintió o que no pudo controlar, va a segar la vida al padre de sus nietos antes de que este alcance los 42 años de edad.
Impresionado, veo la gran película de Carlo Lizzani, “El proceso de Verona” (1963), que enfoca el ojo de una tormenta profunda. Julio de 1943, primera caída política de Mussolini por el Gran Consejo Fascista. El Rey Víctor Emanuel III desea esta resolución. Ciano, casado con Edda Mussolini y ministro de Relaciones Exteriores hasta 1942, vota contra la continuidad de su suegro. Pero el desarrollo imaginado por los protagonistas se quiebra. El Rey -que no destaca ni por lealtad ni por valentía-esconde una rendición a los aliados, ordena la detención de Mussolini y abandona a su suerte a Ciano. La prensa y el pueblo de Roma señalan al yerno como el emblema de todos los males. Para colmo, Hitler pone en marcha la famosa “Operación roble” que rescata al dictador de su prisión en Campo Imperatore. Con Mussolini haciendo pie en Alemania, el juego no ha terminado. La película exhibe un Ciano en pleno descenso, consciente de hallarse totalmente a expensas de factores que ya no domina. Ahora también los fascistas lo repudian por traidor. Italia encuentra finalmente una coincidencia nacional: todos quieren la cabeza del ex ministro. Con gran sobriedad, Frank Wolff actúa la atenazada serenidad del hombre que otrora tuvo a sus pies a empresarios, cardenales, jefes militares, miembros de la nobleza saboyana y artistas sedientos de figuración. Solo le queda su mujer, Edda, hilvanada en la firme piel dramática de Silvana Mangano.
Casi no hay tiempo para reproches, Lizzani refleja a un matrimonio solidario en el infortunio, tributando a testimonios coincidentes en resaltar la tenacidad de Edda para defender a su esposo. Pero todo queda a merced de voluntades alemanas. Ya a bordo del avión que lo pone a salvo de la hostilidad romana, Ciano comprende su status de rehén. La filmación acentúa la desazón de Ciano anclado fuera de Italia, aguardando horas amargas y deseando volver, al menos para morir en su idioma. La cúpula del partido -encubriendo alguna defección - clama por un proceso sumarísimo. Ciano es el blanco. Aquí la película inicia su sendero fino con observaciones casi ascéticas de los hechos y un incremento dramático fenomenal. Y el serio afán de revelar historias, no le impide a Lizzani exponer los enigmas del caso. Es la mejor cara de esa pasión contagiosa. Difícilmente el estilo testimonial pueda plantearse un objetivo mayor que el de promover esta curiosidad por su objeto. Los cabos abiertos por Lizzani son tan exactos, que el filme prescinde de un personaje tan central como El Duce, para apuntalar la gran pregunta que sobrevuela a toda esta historia: ¿Porque razón Mussolini -desoyendo a su hija preferida- no salvó de la muerte a Ciano? Internarse en esta duda a través de “El proceso de Verona” puede resultar apasionante
La propia Edda rompe el silencio tres décadas después de Verona. De acuerdo a su testimonio “Piquete de ejecución para un fascista” Mussolini sobreestimó su poder para modificar el curso de los hechos. De común acuerdo, la jerarquía del partido y los alemanes apresuraron el “proceso” para no darle tiempo. A favor de su tesis, el cambio de la custodia de Galeazzo, tomada por el comando alemán, era el funesto indicio de que no se permitiría tal interferencia. A su vez, Giovanni Dolffin, ultimo secretario del Duce, en su intenso documento “La agonía de Mussolini”, sugiere un giro del dictador a tono con su archiconocido oportunismo, según el cual habría pasado de opinar que el proceso era pura hipocresía expiatoria, al convencimiento de que no podía cambiar la vida de su yerno por aquel incomodo aliado que, con todo, constituía su último refugio. Tampoco deseaba contrariar a una cúpula fascista sedienta de sangre y más dispuesta a desafiarlo que en el pasado. Obtengo al cabo los famosos “Diarios” de Galeazzo Ciano, cuyas 600 páginas devoro perplejo y casi sin detenerme. Leo allí a un funcionario que detesta desde siempre a los alemanes, que no les cree, y que no cree tampoco -en ningún momento de la guerra- en el carácter definitivo de sus avances militares, ni en su lealtad con Italia. Si el diario es sincero, Ciano no habría logrado separar a Mussolini de Hitler, pero lo habría intentado con regular consistencia. Sumado a otros matices, creo escrutar a un diplomático profesional, a la vez que a una suerte de moderado o “tibio” dentro de aquel paisaje ganado por los extremos.
Curzio Malaparte, en un bellísimo capítulo de su libro “Kaputt”, denominado “Golf hándicap”, lo ratifica señalando que, en su momento dorado, pleno de rápida riqueza y sensuales prerrogativas, el yerno fue también la apuesta política de algunos poderosos que ya estaban hartos del suegro. Simpatizante autentico de Inglaterra y Francia, era el componedor con la Iglesia y también quien moderaba la caída en desgracia de algunas figuras como el propio Malaparte. Algo de esto le hizo pensar que sería el sucesor, y justamente el autor de “Kaputt”, con una cruel ironía, vincula aquel sueño a la futura desdicha: “la suerte de Galeazzo es que Mussolini lo reserva como cordero para la próxima e inevitable pascua; solo por eso Mussolini lo engorda”
Lizzani ha puesto un cuidado excelente para mantener con vida todo este espectro de posibilidades capaces de explicar el carácter implacable y de algún modo inesperado del desenlace. Atenta, la película enaltece al género por su ambición para encender lo verificable y su prudencia para preservar las ingentes dudas que quedarán sin resolver. “El Proceso de Verona” es una formidable recreación de segmentos históricos que pueden de obsequiarle al cine las bases de un guion insuperable en cuanto a ritmo, dramatismo y suspenso. Esta versión de Lizzani le hace honor a la oportunidad porque sumerge al espectador en la densidad de un tiempo singularmente terrible.