
Las horas rebeldes
Tópicos de una película fascinante
5 de mayo de 2025
Es la mañana de un Domingo diáfano y sin embargo muerto. Estamos parados –así lo decide la cámara- en uno de esos pueblos del páramo californiano que la ruta ignora. Más allá, algo difusas, se adivinan las silenciosas alturas de Nevada. De frente, una larga ruta sin novedades. Hay algo distinto esta mañana, los viejos rostros asoman curiosos bajo los sombreros. Llegan dos topadoras hidráulicas; irrumpe desde el fondo una sirena; se estaciona un camión de la CBS News; se oye la proximidad de un helicóptero. La cámara nos posiciona en el piso, al costado de la ruta. Vemos pasar las orugas metálicas como si fueran gigantes. Nueva perspectiva de la ruta, primer sonido fuerte y sucesivo. Una y luego la otra, ambas topadoras apoyan sus palas contra el asfalto. Se cruzan formando una “V” que bloquea el paso. Empieza a sonar una lacónica guitarra. El polvo que levantaron las máquinas filtra el encuadre. Quedó armada la valla para detener al héroe no exhibido hasta aquí: El incontenible Dodge Challenger de 1971. Saltamos al helicóptero y podemos descubrirlo con los ojos de los perseguidores. Es blanco, tronador, incisivo y solitario. Es un príncipe y un lobo. Las imágenes se precipitan. Acaba de comenzar una gran película.
Me escandaliza que Richard Sarafian -director de esta belleza denominada “Vanishing Point”- no haya dirigido otras películas. Es una pena, porque tenía todo lo necesario. Ese poetizado comienzo –con resonancias de Douglas Sirk- alterna rostros perdidos con histéricos motores, su sangre porta el inventario de una rebeldía. Aquella que viene desde James Dean y Marlon Brando y va buscando su formulación en la cima de los 70. La misma que alimenta las refracciones de “Easy Rider”, “Woodstock” o “Midnight Cowboy”. También “Vanishing Point” discurre entre los jirones del sueño americano.
Barry Newman es el conductor Kowalski, quien apostó que unirá Denver con San Francisco en solo 15 horas. Es un ex piloto de carreras y un ex policía. En definitiva, es un ex ciudadano. Sus actividades ilegales procuran cierta épica en este film. Su fuga recibe la bendición de un coro de personajes que comparten esa suerte lateral. Hippies, traficantes, desarmadores, cazadores de serpientes, nudistas, aventureros de la ruta y el emblemático locutor negro de una remota emisora de radio.
La suerte está echada, parece gritar Kowalski que acumula problemas en cada kilómetro. Desde los primeros tramos de este “road movie” melancólico y estridente, Sarafian sirve su coctel con fulminante eficacia. Las persecuciones dan inicio con un par de motos en los flancos sinuosos de Blue Canyon. El protagonista acelera y la película estalla. Brillan para el espectador las generosas prestaciones del Challenger bajo la excelencia técnica de Sarafian y el precioso guion de Guillermo Cabrera Infante. El correlato musical sella la atmósfera con oportunos sones de rock, soul y folk. Porque la caprichosa apuesta de Kowalski es una queja de sino irreversible. Sarafian acredita ser un gran táctico de la narrativa. Entrecruza los pretextos y los resuelve en armonía formal. Racismo y tedio, vértigo místico y mecánico. Desierto, drogas y gasolina. “Vanishing Point” se percibe rápidamente como película inspirada. Como una de esas que queremos volver a ver cada vez que alguien la nombra.