Steve McQueen en "Le Mans"

Le Mans, la película que crece

Un trabajo producido por Steve McQueen que mereció una creciente revisión de la critica.

17 de abril de 2025

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“Le Mans”, de 1971, quiere convertirse en mi película más vista. Superará pronto a “Grand Prix” (1966), que debo haber proyectado ya unas doce veces. Me estaba preguntando las razones de este avance cuando apareció el material revelador: “McQueen: The Man and Le Mans” (2015) realizada por Gabriel Clarke y John McKenna. Un documental turbulento y rico. Teniendo a Steve McQueen por objeto, se deja desbordar en el cúmulo de referencias. Pese a ello, entrega generosamente algunas claves que me faltaban. Su síntesis sería la siguiente: “Le Mans” no es una película con Steve McQueen. “Le Mans” es una película “de” Steve McQueen.

Tardíamente incorporo datos determinantes: El proyecto era del propio McQueen, por eso también la produjo y eligió al director. El hombre apuntado fue John Sturges, que lo había dirigido en “Los Siete Magníficos” (1960) y “El Gran Escape” (1963). Sin embargo, será Lee Katzin quien ponga la firma final. Esto resulta central, porque es consecuencia del crecimiento del actor y productor. Tenía una fuerte idea sobre el film -poco compartida por los inversores asociados- a la que fue fiel asumiendo las consecuencias. Era el dueño ideológico y eso fue alejando a varios. De aquella fecunda intransigencia nacieron tanto el fracaso comercial de la película como el lento y progresivo reconocimiento de sus calidades.

Se le imputaba a McQueen no tener un guión, obsesionado como estaba por reflejar con detalle el desarrollo de una gran carrera de autos. “Será el documental más caro de la historia” ironizaban. Los primeros roces se originaron en la necesidad de un correlato dramático. No había ninguna historia de amor, ni familiar, ningún matiz fuera de lo deportivo. El decidió enfrentar ese riesgo. Cinco años antes, John Frankenheimer había producido la gran opera del automovilismo filmado, “Grand Prix”. Acertadamente, había entrelazado lo automovilístico con lo sentimental, casi a partes iguales. Era una referencia pesada porque había brillado en lo técnico y había triunfado en la taquilla. Pero McQueen -que era realmente corredor de autos- sostenía que el drama era inherente a lo deportivo. La tradicional competencia francesa despachaba 24 horas de contingencias. Lluvia, accidentes, estrategias de equipo. Confiaba en contagiar su propia fascinación, extremando los recursos cinematográficos. Iba a fundir la butaca de cada sala con la del auto de competición. Era un romántico ingeniero.

Venía de salir segundo en las 12 horas de Sebring de 1971 junto a Peter Revson. Iba a conducir en Le Mans el auto filmador. Los aseguradores de la película se lo prohibieron y aquella renuncia fue el mayor gesto de McQueen en honor a su obra. A ese obstinado sueño le debemos tomas hermosas y temerarias: El travelling a una Ferrari a más de 300 kilómetros por hora en una angosta calzada, es apenas un ejemplo. Los pilotos profesionales que colaboraron juzgaron más peligrosa la filmación que la propia carrera. El actor alemán Sigfried Rauch -rival de McQueen en la ficción- todavía agradece haber salido vivo de allí. También procuró Steve imponerle seriedad al curso narrativo. Su personaje a bordo del Porsche 917 no fue el ganador tipificado. Toda la pasión late en cada centímetro de una película que con los años madura y mejora. Silenciosamente, sigue escalando hacia la cima de mis preferencias.

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