Clark Gable y Vivien Leigh en "Lo que el Viento se Llevó"

Lo que el viento me devuelve

Una evocación tan entrañable como imposible

6 de junio de 2025

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Recuerdo a un personaje ficcional de Woody Allen preguntándole a su ex esposa si no reconocía alguna cosa buena en él. Lapidaria, ella le concede una: “llorabas cada vez que veías Lo que el Viento se Llevó”. La escena contiene un autorretrato y la emoción del cinéfilo resulta más que verosímil.Sucede que anoche volví a ver aquella película de 1939 y me gusta que sus imágenes ronden por aquí reclamándome que escriba. Ahora, en esta esquina que pretende cerrar el mundo en torno a un bar de Villa Crespo, descargo la foto. La observo bien y abandono otra vez el texto para que en la notebook sigan jugando Djokovic y Sverev. Salto las pantallas porque no sé qué decir sobre esta imagen que me abruma mucho más de lo que me inspira. Hay demasiado allí, están Clark Gable y Vivien Leigh con una potencia icónica intacta. Jóvenes, estelares, bellos, desprenden el encanto ambiguo de lo que no es y sin embargo brilla. Hoy se vuelve irrelevante que “Lo que el Viento se Llevó” haya sido una buena o una mala película y es menos importante aún la controversia a veces hipócrita sobre su ideología racista, porque así es como se veían las cosas en los EEUU de 1939. Lo que hizo llorar más de una vez a Allen, infiero, es el reflejo de una hora dorada, y también -o fundamentalmente- su futilidad, la metáfora terrible de su condición pasajera: El viento es el tiempo y su incansable desandarlo todo. Personalmente, no veo por dónde podría entrarle a ese momento arrollador del pasado. Se suponía que las palabras tenían que sobrarme, imaginé una nota muy larga, pero nada. Evoco ciertos ecos familiares: “¡Qué película!” sabía decir mi padre disfrutando bien los acentos, o “¡Qué maravilla!” en uno de esos austeros entusiasmos de mi madre. La más vista, la que más recaudó, la hazaña de David Szelnick, la cima del Hollywood imperial. Cuánto se ha dicho. ¿Qué voy a sumar desde este tiempo profano y desencantado? ¿Cómo me enamoro del cine que ya no está? ¿Cómo encuentro la añoranza de lo que no llegué a conocer? Ahora el serbio tira un exquisito drop, mientras constato que no consigo salir en busca de algún párrafo apropiado. Saco de la pantalla el partido y retomo el Word, pero sigo en ascuas, no tengo nada y la foto me mantiene atado. ¿y si al menos cuento eso? ¿si contándolo se me ocurre algo? Información, voy a demorarme volcando información, hechos curiosos que también se ha llevado el viento. Encuentro el que sigue: El 15 de diciembre de aquel 1939 en el estado de Georgia, el gobernador decretó un asueto general para el estreno de la película, y hubo tres días de celebración con los ciudadanos (blancos) vestidos de época. ¿Cuál época? La de la guerra de Secesión, transcurrida entre 1861 y 1865. La Unión, los estados del norte, se enfrentaron a la Confederación, liga de estados sureños que querían independizarse. El interminable culebrón sentimental entre Rheet Butler (Gable) y Scarlett O´Hara (Leigh), pleno de tópicos, está atravesado por una de las ultimas batallas del conflicto, la caída de Atlanta, capital de Georgia, y con ella, la devastación que bajó del norte imponiendo desolación y miseria. El que se retira para siempre es aquel dulce mundo del sur, católico y rural, donde los ricos sueñan y los esclavos se muestran felices con su suerte. Allí las niñas como Scarlett se prueban vestidos para los bailes mientras en la hacienda familiar se cosecha el algodón a punta de látigo. Ese adormilado universo viene a ser violentado por la invasión “yanqui”, procedente de una atmosfera protestante e industrial y según lo quiere la película, inescrupulosa y venal. Lo que Georgia celebra entonces es la reivindicación romantizada y tardía de aquel mundo perdido. Entre seducciones y besos, “Lo que el Viento se Llevó” muestra el catastrófico regreso de la batalla de Gettysburg, donde murieron 7000 sureños y otros 30000 quedaron heridos. La obstinada gesta -hasta el propio Butler sabía que la Unión estaba condenada a ganar-le regaló este insumo fácil al cine. Ahora Djokovic, que había arrancado mal, lo empieza a dar vuelta, presumo que el viento va a tardar un poco más en llevárselo. Caigo en la cuenta de que el gran secreto de la película es su infinito potencial nostálgico. En ese sentido es centrípeta, se hace extrañar porque extraña y es evocada porque evoca. Multiplica la idealización del pasado, la va alineando en un espejo que profundiza. El propio cine es la actualización ilusoria de algo que ya ha sucedido y que solo se repite porque ha sido filmado. El verdadero tema de “Lo que el Viento se Llevó” no es ni la guerra ni el amor, es el tiempo. Por eso la película me habla en clave, por eso la foto me retiene y me estudia y también por eso es el llanto de Allen y la fascinación mía. Su poderosa iconografía me pone suspicaz, me avisa que lo que subyace a la escritura es una pulsión retentiva, la quimera de detener la vida para ponerla a salvo de ese viento inapelable. Resuena dentro de este bar la sentencia del Eclesiastés: “Todo es vanidad y correr tras el viento”. Ya se sabe, pero el cine y la escritura siguen animando mi pasión por lo imposible. En 1960 murió el recio Clark Gable y en 1967 su delicada Vivien Leigh. Buscarlos en una imagen sigue siendo algo vano, y sin embargo hermoso. Es lo que la película me venía susurrando y yo no alcanzaba a oír.

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