Lorenzo Ferro en "El Angel"

Luis Ortega y la banalidad del mal

Aproximación a un tratamiento irónico en "El Ángel"

16 de mayo de 2025

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Por estos días arrecian las tentativas de comparar a Luis Ortega con algún celebrado maestro del efecto que ha hecho buenas películas sin abandonar su condición deudora de Sergio Leone. Entiendo que se trata de una comodidad intelectual reductiva. Tampoco habría que descartar alguna dosis de coloniaje conceptual, enfermedad que ataca preferentemente a economistas sin que pueda asegurarse la inmunidad de los críticos cinematográficos. Aquellos productos americanos que explotan los efectos visuales y emocionales de la violencia filmada suelen tener como presupuesto cierta gratuidad de las escenas y a veces hasta una autonomía de lo violento. Nuestro Ortega -serenamente lo digo- es superior. Desde luego que no renuncia al desarrollo de los momentos más fuertes. Y lo hace con un dominio magistral, sirviéndose de una mezcla de elegancia y sorpresa. Las muertes de Ortega son narrativamente ricas. Pero la violencia de “El Ángel”,-máscara ficcional de Carlos Robledo Puch- se inscribe adecuadamente dentro de una crónica testimonial.

No es una narración al servicio estético de la violencia. Desgrana violencia en los cotos de verosimilitud sugeridos y permitidos por la historia elegida. De modo que el resultado se torna aún más inquietante porque el espectador no tiene modo de desvincular acontecimiento y contexto, realidad y ficción. Y en esta película de reciente estreno, el joven director establece también una diferencia sutil que debe ser detectada y valorada: las ingeniosas musicalizaciones imponen cierto registro irónico, pero no se convierten en el soporte suspensivo que inflama la importancia de los desenlaces. Funcionan más alegóricamente dentro de un montaje comprometido con la naturalidad de las secuencias y que en definitiva resulta más honesto y jugado. No traiciona nunca lo que se podría denominar “el paso” de la película, apoyado en un montaje irreprochable. Esa clave le ha dado a Ortega quizá más de lo que esperaba. Hay armonía y vibración constantes, redondeando algo bien difícil de encontrar porque no hay modo de diseñarlo a priori: una obra inspirada.

Por eso la gravitante coloración musical enciende antes la perplejidad que la risa. El origen del horror que porta “El ángel” es banal, no expone raíces psicológicas, no hay un “pathos” tranquilizador, ni un deseable entorno causal. Dicho con Borges, “El Angel” hace el mal sin pasión y lo que incomoda es la sencillez de su presunta etiología: quiere tener y gozar cosas, punto. Difícil de remediar en una sociedad que solo sacraliza al dinero. Ortega nos picanea en la sala con semejante transparencia. Este tipo de veracidad se vuelve indigerible y el hallazgo de Lorenzo Ferro -que sintetiza en su mapa todo un cruce de significados opuestos- materializa con perfección al arquetipo perturbador, indescifrable. El Ángel es misterioso, pero funestamente posible. La circularidad del guión, abriendo y cerrando con la entrañable voz de Roque Narvaja, corona una factura plena de brillo narrativo. En la acertada y costosa adaptación epocal, Ortega se luce especialmente con la escena de Chino Darín cantando en un programa de TV un recordado hit de su padre. Un lujo y un regalo. Elenco fuerte y probado, Moran, Fanego, Roth, Lanzani, Gnecco, todos abrevan en la magia de esta empresa devolviéndola con creces. De lo mejor del cine (no sólo argentino).

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