
Recuerdos del presente
Inquietante referencia contextual en "Guasón"
16 de mayo de 2025
Hay películas más potenciadas por el contexto que por la publicidad. Condiciones coyunturales se apropian de ellas y le sobreimprimen su voz. Entonces muchísimas personas perciben al verlas una proximidad extraña y punzante. Dicen que ocurrió algo así con “Casablanca”. No hay forma de predecir hasta qué punto una película se monta sobre los deseos o los temores de su tiempo. En semejante acople, incluso el sentido original se independiza ¿Será acaso el Guasón de Joaquín Phoenix un hijo no reconocido de la aventura globalizante? Todo indica que sí. ¿Es el espasmódico héroe de los millones postergados y oscurecidos? Sin duda. Arthur Fleck (El Guasón) es la criatura inevitable de una inequidad que ya afrenta a la razón. Se puede ver la película aguardando confirmaciones: El payaso siniestro ensaya como solista abriéndose de Batman y su saga. Formada ya su estética, desborda de tensión y de acciones. La actuación central es superlativa. Se puede salir del cine con eso o se la puede ver completa. Se puede adivinar su oscura épica si cruje el facilismo tranquilizador del “pathos”.
Sin esfuerzo, se pueden oír claros ecos de Ken Loach o Aki Kaurismaki. ¿Qué significan esas hordas de payasos emprendiéndola contra los que deciden? ¿Qué nos dicen celebrando la violencia de Fleck? A los medios -especialmente a sus arietes- no les va muy bien. El execrable personaje de Robert de Niro, conductor televisivo, resulta agobiantemente familiar. A diferencia de Arthur, pertenece a la clase de monstruos naturalizados cuyo éxito consiste en burlarse de la gente impostando que se ocupan de ella. O peor, que se compadecen de problemas que no conocen ni comparten. De modo que “Guasón” emerge como contracara, es producto y respuesta. Los auténticos guasones son orgánicos y anteriores. Basta encender el televisor y desfilan generosamente. El personaje devuelve aquí una disonancia sangrienta aunque no exenta de candor. El límite bien fino de la construcción labrada por el director Todd Phillips, se tiende entre el asesino y el redentor. Atrevida tesis, el enfermo trae algo sanador.
Las excesivas prevenciones que se tomaron en los Estados Unidos para las salas donde el filme se proyectaba, confiesan y admiten. De allí que Michael Moore afirme que el problema no es ver “Guasón” sino dejar de verla. Tiendo a creer que lo inquietante a la salida del cine no sería el surgimiento de algún imitador aislado –una horrible derivación- sino la reflexiva y pacífica asimilación de esta historia. Un presente cuyo tenor sórdido se guarece bajo la industria funcional de la estupidez, estalla con el talento de Phoenix y la audacia de Phillips. Se despierta inesperadamente y saltan sus esquirlas desde la pantalla. La película no hace otra cosa que recordarnos lo que está pasando. Lo terrible y lo fecundo de “Guasón”, eminentemente ficcional por ese adn suyo gráfico y fantasioso, es que se ha vuelto verosímil. La ironía es que fue humanizado, lo cual ha empeorado su talle. La risa burlona es ahora la risa del dolor. Más fuerte y más seria. La extrapolación del joker a lo político no excluye a la geografía. Esta Ciudad Gótica es nuestra urbe inmediata. Paradoja linda, ir a ver “Guasón” es una distracción que no consiente distracciones.