Alberto Sordi en "Fumo di Londra"

Sordi era una fiesta

Comprimida apología de Alberto Sordi

2 de mayo de 2025

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Lo miro a Alberto Sordi y el pasado se vuelve un alud. He sido más de Mastroianni y de Gassman, o de Manfredi y Tognazzi. Pero no he perdido nunca al médico mutualista, competitivo y corrupto, al mafioso compelido a matar, al gondoliero seductor con su casaca a rayas. Oh…¡Il Dentone! aquel personaje entrañable. El cínico marqués del Grillo, el frívolo jeque blanco, el tremendo burgués pequeño, pequeño… ¿Cómo fue que ha regresado? ¿Por dónde entró?

Siempre quise ver “Fumo di Londra” (y todo llega en la vida). Es 1966. Algún italiano sueña con ser inglés mientras los ingleses sueñan seguir siendo lo que son. Un refinado anticuario de Perugia quiere ser “gentlemen”. Viaja. Aterriza en Londres y sale a comprar en Dunhil: Bastón de caoba y pipa. Traje negro con sombrero y clavel rojo en el bolsillo. Paso londinense para “Il Albertone”. Con eso, la película está hecha. Sordi se dirige y actúa. Inglaterra, la filmada, tiembla. Impostar lo que no se es, echa buena luz a las inconsistencias de lo anhelado.

El gran histrión del cine, el actor de las mil caras, es irrevocablemente italiano. Sordi vaga por Londres. Extasiado, saluda a la carroza real. Detiene taxis que no se detienen, busca cocina inglesa y encuentra spaghetti. Se mezcla con aristócratas y con hippies. Intenta perderse en los palacios y en los pubs. Se le cae la altivez en el pictórico coto de caza, conoce el terror con las pandillas juveniles que prometen libertinaje. La fallida conversión británica del anticuario derrama signos a ambos lados del contraste. Es un show personal y una ironía culta. Una aventura narrada como fracaso, y una historia pensada como pretexto. Hecha para poner mucho Sordi en la pantalla. Una película y también una fiesta.

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