
Talento indio
Una joya del cine mexicano y su director emblema: El "Indio" Fernández
18 de abril de 2025
A contramano de su natural reciedumbre, el General José Juan Reyes (Pedro Armendáriz), que acompaña el paso militar de Pancho Villa, se volverá un prisionero del amor. Violento y determinado, toma la ciudad de Cholula. Ordena un fusilamiento y encarcela al padre de Beatriz Peñafiel (María Félix), opositor a la revolución y ciudadano rico de la ciudad. Reyes, munido de prepotencia, también la ofende a Beatriz en las calles soltándole alguna vulgaridad. Ella, no menos brava, le aplica unos formidables cachetazos al capitán insurgente. Luego será él quien la golpee cuando ella lo trate de cobarde. Ignorando que se iba a enamorar de la altiva Beatriz, Reyes ha cometido todos los errores. Su suerte parece irreparable, ella lo odia y lo desprecia. Pero varios tequilas en soledad y el consejo de un viejo soldado suyo animan a este General inflamado de amor para que suelte su orgullo. Arrepentido, comparece frente al balcón de Beatriz Peñafiel (María Félix) en la amable noche de Cholula. Dirigiéndose a su ventana, ofrece una disculpa lastimada de metáforas sociales: “Tal vez mis palabras se pierdan antes de llegar a sus oídos, porque tienen que subir muy alto. Por eso otras voces tendrán que decirle lo que usted no me deja que le diga”. La cámara abandona a Reyes y aparecen tres mariachis de pronunciado sombrero de ala ancha y traje claro:
“¡Qué bonitos ojos tienes! / Debajo de esas dos cejas / Debajo de esas dos cejas / ¡Qué bonitos ojos tienes!”
Mientras los mariachis ejecutan la bella canción de Miguel Aceves Mejía, la pantalla exhibe un primerísimo primer plano de los ojos de María Félix (Beatriz). Levanta los párpados y mira hacia arriba. Luego, esos mismos ojos que Reyes había comparado con almendras, se dirigen a la ventana. Enojo y atracción luchan en el explosivo corazón de la mujer ofendida. Un romance con Reyes es de todo punto impensable. El General encarna la antípoda de su forma de vida, es grosero, revolucionario y pobre. Pero esto es México. Aquí manda la pasión. Los ojos de Beatriz buscan contenidamente a ese hombre que se ya se había disculpado con ella en la Iglesia. Allí, el monologo de Reyes confesando a su amor errante y militar, fue una cima del melodrama. Vestido con su uniforme negro cruzado de carrilleras repletas de balas, se golpeó repetidamente el pecho. Prometió llevarla siempre “ahí” aunque tuviera que abandonar Cholula y no la viera nunca más. Reclinada para rezar, Beatriz se quebró de emoción tratando de apretar una lágrima delatora. Nadie le había manifestado un amor tan grande como insensato. El rudo General parecía un pájaro o una canción. Conmovida, giró en un instante la vista hacia el rostro del pretendiente despreciado. Esa tensión interna resuena en la siguiente estrofa dela serenata
“Ellos me quieren mirar / Pero si tu no los dejas / Pero si tu no los dejas / Ni siquiera parpadear”
El enamoramiento de Reyes es tan revolucionario como su cruzada. Todo es desmesura en ese México de principios de siglo XX. El amor, la guerra, la religión. Todo brilla por su exceso. El fasto dorado de Santa María de Xixitla, con cientos de velas encendidas, atraviesa el blanco y negro de la película. Los jinetes mexicanos no dan paso a caballo sin cerrarlo con el salto encabritado. Es un sello para recordar que son centauros. El vaquero estadounidense -dice el director Emilio “El Indio” Fernández- es un aprendiz histórico del “charro”. El genio de Fernández para filmar, la incansable belleza de sus imágenes moduladas por el talento de Gabriel Figueroa, se puede atribuir también a su experiencia junto a John Ford, seguramente valiosa. (Aunque él admite haberse deslumbrado durante la edición que hizo el ruso Sergei Einsenstein, de “¡Que viva México! “de 1932). Pero su cine es distinto, tiene una identidad. Tal vez en la sangre originaria de su madre Fernández haya atesorado esa afinada percepción para el detalle o el tono local, sumado a un amor indisimulable por ese mundo que se despliega debajo del Río Bravo. Un amor que se parece en magnitud al de Reyes, salvo que el corazón del general es tornadizo y súbito, lo asalta y lo convierte en otro. Beatriz es su sueño definitivo:
“Y decirte, niña hermosa / Eres linda y hechicera / Eres linda y hechicera / Como el candor de una rosa”
Es linda Beatriz, seguro que lo es y mucho. Es hechicera también. Su semblante arde en la iglesia debajo de la toca blanca bordada. Su aire hispano vibra en la forma de mirar. Su belleza indócil ablanda al duro General. El mismo Reyes que ordenaba un fusilamiento, se vuelve un torrente de sensibilidad. Pero Beatriz también se derrite. Las pasiones mexicanas son radicales en el desdén y en la entrega. El final de esta película (“Enamorada” de 1946) conservará ese temperamento, y como todo en el cine del “indio”, lucirá en sabia armonía con un paisaje físico y humano pleno de color. María Félix y Pedro Armendáriz cumplen el gracioso requisito expuesto por el propio director: “…formar una pareja creíble para el cine es más difícil que organizar un matrimonio exitoso…” En esa misma entrevista de 1978, ante el sagaz Joaquín Soler Serrano, Emilio Fernández suelta involuntariamente un secreto. Empiezo a entender el raro virtuosismo del hombre que fue artillero,bailarín de tango, preso político fugado a Texas, y que llegó a Los Ángeles acompañando el féretro de su amigo Rodolfo Valentino. El periodista español le pregunta a Fernández si en sus películas ha querido hacer una crítica a ciertos tópicos de aquella realidad mexicana. Machismo, alcoholismo, violencia política, discriminación social, desfilan con soltura en su filmografía. Sin embargo, con una cálida modestia, el cineasta responde: “…no, no, señor…, yo no soy quien para criticar a nadie. Solo he intentado mostrar en el cine trozos del México que conocí…”
“Con tus ojos me anunciabas / Que me amabas tiernamente / Que me amabas tiernamente / Con tus ojos me anunciabas”