
Una de piratas
Maestría de Raoul Walsh en el cine de aventuras
13 de mayo de 2025
Raoul Walsh fue el gran director del cine de aventuras. Género inquieto entre la comedia y la épica, necesita fantasía de la buena, acción, y mucha filmación en escenarios naturales.“El mundo en sus manos” de 1952 es una enrevesada y antojadiza historia que transcurre en 1850 en el norte de EEUU. El capitán Clark, “El hombre de Boston”, será el héroe del amor y los negocios. En una saga alimentada por ilusiones, no podía ser otro que Gregory Peck, icono que resume rápidamente rasgos de nobleza personal, valentía y elegancia. Es un aventurero que caza focas en Alaska y la trama pone en sus manos la suerte de Marina, previsiblemente princesa, y en este caso rusa. Hay un segundo pirata que enriquece la historia. Raro rival de Clark con el que mantiene estrictas lealtades a pesar de robarle incansablemente tripulantes y mercaderías. Se le conoce como “El Portugués” y tratándose de un complemento de menor rango moral, punible pero simpático, era de rigor que lo encarnara un joven Anthony Quinn. El actor nacido en Chihuahua por entonces no llegaba al protagónico principal pero ocupaba con frecuencia en el reparto ese lugar reservado al “diferente” entendido como extranjero, bárbaro o timador. Un “otro” fuertemente funcional que bajo la batuta de Walsh fue recortado con planificada ambigüedad. Ladrón y chapucero, “El portugués” finalmente -y conforme al deseo generado- termina auxiliandoa Clark en su temeraria cruzada amorosa.
Cuatro condiciones de la dama (bella, princesa, cautiva y rusa) tensan el desarrollo. Fatalmente, ella (Ann Blyth) sufre porque el zar la condena a retornar a Rusia para concretar un matrimonio que abomina. El prometido, fiel al tópico, es ruso, poderoso, militar y apasionadamente malo. Deja entrever que tomará sin escrúpulos las ostensibles bondades de Marina, desoyendo su lastimero rechazo. Odiar al ruso es narrativamente expeditivo, bastan dos escenas. Para no caer en su alcoba, Marina debe huir en el primer barco que pueda sacarla de San Francisco. Primero es estafada por “El portugués”, lo cual no llama la atención de nadie. Esto la deja a merced del único barco que queda disponible: la goleta “La Peregrina”, obviamente, del capitán Clark. Pero al “hombre de Boston” no le interesa la propuesta de salvar a la princesa. Esto cambia, desde luego, una vez que la conoce. A partir de ahí comienzan las correrías marítimas, raptos y contra raptos, frenéticos y con final anunciado. No falta la captura de Clark a manos del sadismo ruso y la recuperación dichosa de Marina, ya sobre la goleta, liberada por este audaz y guapo americano, escena para la cual ese mismo mar que se mostraba tempestuoso en las persecuciones, se ha calmado oportunamente permitiendo que la luna brille con furiosos lúmenes sobre el redondeado encanto de Ann Blyth. Es la escena emblema del film: Gregory Peck la rodea casi flexionado, dada la gran diferencia de estatura que existía entre ambos y que resultó un inconveniente técnico a la hora de filmar.
La película es dinámica, muy graciosa, escenográficamente holgada y rica en matices. Tiene además, hermosas tomas reales de navegación a vela, actores intensos y una festiva fotografía. Verla es disfrutar y en medio de estas construcciones tan atentas al candor de la fantasía, preguntarse: ¿Por qué no?