
Una templada dulzura
Refracciones de una actriz icónica
3 de mayo de 2025
Imposible no evocarla junto a Mastroianni, en “Ocho y Medio” (1963) o “La Dolce Vita” (1960), ambas bajo la batuta de Fellini. También fue actriz de Claude Lelouch, consagrada con Jean Luis Trintignant en “Un hombre y una mujer” (1966). No menos memorable fue su interpretación de Jeanne Hebuterne en “Los amantes de Montparnasse” de Jacques Becker (1958), siendo dirigida además por notables como Cukor, Bertolucci, Bellochio, Lumet, Blasetti, Litvak y De Sica. Anouk Aimee, físicamente francesa, espigada, plena de ángulos en sutil armonía, encarnó una variante informal de la elegancia, una distinción natural que se desplegaba en la pantalla con movimientos libres y desafectados. Una actriz, sí, pero también el icono de una corriente europea transformadora y rebelde a los cánones impuestos por el cine americano. Anticipaba la estética adoptada por la cinematografía francesa a partir de los 60. La estilización contra la abundancia y la frescura gestual contra la pesadez dramática. Si hubo un director a la medida de ella, capaz de conjugar una sensibilidad acorde con los tonos ya señalados, ese fue Jacques Demy.
El creador nacido en Nantes, compañero de vida de la genial Agnes Varda, mantuvo un estilo que, si lo incluyó dentro de la tan invocada “Nouvelle Vogue”, lo hizo de un modo más cronológico y social que exclusivamente artístico. Demy ha hecho un cine singular, reconocible, en el cual deja en evidencia su irrenunciable amor por la vida y por lo humano. El tratamiento de sus personajes, sin omitir complejidades y zonas oscuras, preserva siempre una nota de luz. Ellos desenvuelven sus dramas con un paso liviano, amable, guiado incesantemente por la fuerza de los sueños y las ilusiones. Un mundo lleno de viajantes, de seres que emigran a otros pueblos o países en busca de algo mejor. Claro que algunos ganan y otros pierden, pero esa rueda se puede extrapolar y convertir, nada está cerrado para siempre y esto se revela particularmente en las despedidas, en los cierres de las relaciones que no prosperan, pintados sistemáticamente por Demy bajo los signos de la generosidad y comprensión recíprocas. Lo suyo, claro, es una relación, pero también una invitación.
Su pudor para las situaciones sórdidas de la vida lo lleva a transitar pasos cercanos a la comedia, serenos en tanto sea posible. Tal es el caso de “Lola”, objeto de mi sugerencia de hoy, un filme que reúne todas estas características e incrementa su belleza descriptiva con los muy cuidados encuadres y secuencias que el director ya ha convertido en estilo. Allí, las novedades teorizadas por Truffaut o Godard sirven puntualmente a los fines de entornar y dar marco a sus finas historias. Lola (Anouk Aimee) se prostituye para sostener a su hijo mientras espera, como una Penélope, a su eterno Michel que hace siete años se ha ido en busca de fortuna.En el medio, otras historias cruzan la trama abonando sin cesar esta forma narrativa que no es ingenua, sino piadosa. El marinero y la niña que fugazmente comparten un parque de diversiones, es un segmento sublime. La participación de los espacios, las locaciones, responde a una estética indeclinable. El cine de Demy es una apuesta elevada. Vean “Lola” y cuéntenme después.